Amo nadar.
Amo muchas cosas, y aquí en el blog ustedes han conocido eso que tanto me gusta hacer. En esta oportunidad les contaré sobre la sensación que me produce nadar.
Todo comienza con un ritual. Ponerse el vestido, ajustarse el gorro, que no quede ningún cabello por fuera, por último las gafas sobre la cabeza. Las chanclas para no tocar aún el frío piso de granito. El olor a cloro y la claridad del lugar, una piscina dividida por carriles, completamente azul y ese eco de voces que queda del lugar encerrado por vidrio. No hace frío. Un estiramiento de los músculos y luego a la ducha, el agua que prepara la humedad que sentirá el cuerpo por una o dos horas.
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Comencé a nadar a mis doce años. Antes, la piscina, el río o el mar, eran solo diversión. Lugares en donde me sentía cómoda. Donde podía jugar con una pelota, lanzarle agua a mis hermanas, refrescarme después de estar tostándome en el sol. Fue en el club Royal Raquet Center (ya no existe) que quedaba en la calle 80 (Bogotá), donde iba todas las tardes, allí aprendí a nadar. Estilo: libre, pecho y espalda, no logré hacer bien mariposa, así que me quedé disfrutando para toda la vida el estilo libre. Las jornadas eran de una hora y salía renovada y con mucha hambre. Me gustaba mucho la sensación que me daba salir de una hora de natación. El cuerpo se sentía fresco y yo quería seguir con mi proceso al siguiente día.
Nunca se me ocurrió competir. Disfrutaba de las piscinas en los paseos familiares, le dedicaba un buen tiempo a nadar. En Bogotá aparecieron algunos lugares en donde se podía disfrutar de este deporte y algunos fines de semana los aproveché, pero nunca fue nada serio. Cuando iba al médico y me decían, “practica algún deporte” a mi se me llenaba la boca diciendo que “si, natación” y cuando me preguntaban “cada cuánto practica” yo mentía, y decía que “todos los fines de semana”, porque algo en mí quería que fuera así.
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Tocar el agua con la punta de los dedos de los pies. Contar en la cabeza hasta tres para lanzarme. Sentir las burbujas abrirse paso y luego comenzar con el movimiento constante de pies, sin doblar las rodillas y las brazadas, primero el derecho arriba y luego lo bajo para darle el paso al brazo izquierdo. Dejarme ir por la música que se hace en el fondo el sutil movimiento del cuerpo. Parece un silencio. Parece que el agua tuviera su propio sonido en el fondo. Controlar la respiración, por la nariz o por la boca, por donde se sienta más segura. Luego sacar la cabeza y tomar aire, para expulsarlo debajo del agua y aguantar. El corazón baila al compás de la música del agua. La meta es llegar a la siguiente orilla y retomar. Así, hasta que la respiración aguante, hasta cuando te sientes agitada y ya no puedes continuar.
Una sensación de soledad, que me hace sentir tranquila y limpia pensamientos, me llena de vida, me da libertad. Es mi ritmo, es mi esfuerzo, yo controlo cada movimiento.
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Hace algunos días vi la película Nadadoras y por supuesto que sentí una conexión con esta historia. Estas dos hermanas que estuvieron rodeadas de este ambiente por su papá. Su misión era ir a los Juegos Olímpicos y participar representando a su país. Pero estaban en guerra y si querían vivir, debían huir de su ciudad. Tres imágenes me impactaron en esta historia, además del tema central que era la guerra. La primera es el misil que cae en la piscina en donde una de las hermanas esta compitiendo y se encuentra con ella de frente. (Antes hubo una imagen parecida pero con un juguete que cae a la piscina) La segunda, cuando una de las jóvenes debe lanzar al mar las medallas que ha conseguido durante su vida nadando, esto le salvaría la vida a ella y a los que estaban en la balsa débil, aunque se fueran los recuerdos tangibles que le quedaba de sus triunfos nadando. La tercera es la imagen de unos chalecos salvavidas tirados en la playa como símbolo de los migrantes que llegaron con vida a otro país. Nadar les salvó la vida a ellas durante su recorrido en el mar y ellas a su vez, salvaron a las personas que iban con ellas por un mejor futuro.
Otra película que vi, que me conecto con este gusto personal fue Nyad. Una mujer que dejó en esta película tres enseñanzas: 1. nunca se es demasiado viejo para cumplir los sueños, 2. aunque este deporte pareciera que es individual, sin un equipo no hubiera podido lograr lo que hizo y 3. nunca debemos rendirnos. Aquí Diana Nyad dijo en una escena que le hacía falta completar su lista de música en la cabeza para los últimos metros, tenía todas las canciones listas para cantarlas mientras movía sus brazos y avanzaba a su meta. Y aquí coincido con ella, puedo tararear una canción completa mientras estoy nadando, puedo pensar en la solución de algún problema que se me haya presentado, incluso, puedo crear historias mientras disfruto de la frescura del agua en mi cuerpo.
No busco competir en natación. No he estado pendiente de las campeonas de natación. Tampoco soy seguidora de nadadoras en Colombia. Pero disfruto mucho nadar. Estas dos películas me motivaron a escribir este texto, porque creo que independientemente del deporte que se practique, sea en competencia o no, lo importante es disfrutarlo y hacerlo las veces que se pueda💭