Cinco mujeres salimos de la comodidad de la ciudad, para maravillarnos con el eterno cielo azul, su calorcito agradable y el viento refrescante de día y de noche. Llegar al Cabo de la Vela y Punta Gallinas, no es fácil, se debe atravesar por terrenos hostiles y tratar de que el miedo no se apodere de tus pensamientos. ***
Cinco mujeres en las Sales de Manaure
Compramos los tiquetes finalizando enero, cada una pagó $527.000 ida y vuelta. Salíamos el lunes de Semana Santa y nuestro regreso sería el viernes en la mañana. La noche en Riohacha nos costó $150.000, un hotel sencillo en el centro, muy cerquita al mar. Hicimos cuentas, de enero a marzo ahorramos para el Tour, la estadía del lunes y jueves en la noche en Riohacha y la comida de esos dos días, bueno, y si queríamos llevar algunos detalles de nuestro viaje a los hombres que se quedaban en casa esperando nuestro regreso (mi papá, mi pareja y mis dos hermosos hijos) Nuestras maletas estaban listas. Ropa y productos de aseo fue la prioridad. Durante el viaje por la Guajira, todo el tiempo estuvo la maleta en la camioneta, la bajábamos solo en la ranchería cuando íbamos a dormir. No es necesario llevar mucha ropa, no hay tiempo ni lugar cómodo para cambiarse, así que entre más ligera viaje, mejor. La francesa con la que compartimos el recorrido, solo llevó una muda de ropa en todo el viaje y un bolso pequeño, un ejemplo de relajación total. El taxista del aeropuerto nos cobró $20.000 porque éramos cinco, aunque en el lugar donde lo tomamos, nos dijeron que la carrera costaba $15.000 hasta el centro histórico de Riohacha. Pagamos sin problema, porque dentro del presupuesto estaba pensado que sería $50.000 El hotel era sencillo y acogedor. Nos saludó una mujer con su vestido Wayúu azul, cabello recogido y cubierto con una pañoleta del mismo color del vestido. Nos dijo que nuestra habitación tenía tres camarotes y un locker para guardar nuestras cosas, el desayuno se servía a partir de las 7:00 a.m. y debíamos reservar la hora desde ya. Ese día compramos el Tour tres días dos noches con Jose, un joven amable que nos recomendó la mujer que nos atendió en el hotel. Pagamos lo justo, dije yo. Y luego nos fuimos a recorrer el malecón para buscar almuerzo y disfrutar del atardecer de Riohacha. Nos recibió una brisa agradable. Queríamos entrar al mar, pero las olas estaban furiosas y no nos atrevimos, entonces, caminamos, tomamos fotos y disfrutamos de nuestro primer día. En la noche nos tomamos una copa de vino y brindamos por el inicio de nuestra aventura.
Mi mami, mi hermanita del medio y yo
El desayuno estuvo delicioso, fresco y lo compartimos en un comedor que quedaba en el segundo piso, muy hogareño. Una familia se sentó en la mesa que estaba junto a la de nosotras y conversaron con una señora que viajaba sola. Tomamos tinto y bajamos a esperar a que llegara el conductor que nos haría el recorrido por la Guajira. Jose habló con un grupo de varios hombres y mujeres, dijo que iríamos en caravana. Pero finalmente este grupo se fue primero, porque la francesa, que iría con nosotras no aparecía y el conductor la estaba esperando, sin ella no podríamos arrancar. Ahí nos explicó que era importante que nos pusiéramos de acuerdo entre los dos grupos para comprar mucha agua, porque en las rancherías vendían de $6.000 a $8.000 la botella de agua y además, que realizáramos una compra voluntaria para regalar a los niños Wayúu, nos recomendaba comprar galletas y agua en bolsa. No pudimos hacer el gran mercado con el otro grupo, porque ellos se fueron primero. Jose nos presentó al conductor como Pelusa. Nos fuimos con emoción y la expectativa de ver esos lugares que nos mostraron en las fotos.

Pelusa

Nos saludó mirando al piso. Hablaba rápido y poco. Nos indicó dónde dejar las maletas. Durante el trayecto, no dio indicaciones, nombraba uno que otro lugar y las preguntas que hacía mi mamá, parecían tontas para él, porque no las contestaba de buena manera. Se notaba cuando estaba enojado, fruncía el seño y su cara llena de arrugas se ponía roja. No podía creer que solo lleváramos un paquete de galletas y una bolsa con 20 aguas pequeñas. Dijo que no era suficiente para todo el recorrido. Nos hubiese gustado que la explicación fuera más clara, en el camino nos dimos cuenta la razón de su enojo, son más de 140 peajes humanos los que piden comida. Pelusa no frenaba en algunos peajes y con destreza evadía algunos niños y niñas, él sabía cuáles sí y cuáles no. Esta maniobra me parecía peligrosa y también un poco grosera, porque algunas aguas se desperdiciaban, cuando los niños no las podían atrapar en el aire, caían al suelo y se reventaba la bolsita con agua. Pelusa puso vallenato todo el camino. No nos supimos ninguna canción, así que no sentimos tan ameno el recorrido, largo y difícil, todo el tiempo saltábamos, no se podía dormir o disfrutar del paisaje. Era como si cogiera todos los huecos que hay en una avenida en la ciudad. El error de Pelusa. Se ve la camioneta enterrada en la arena y Diana mostrandola

Las cinco mujeres

No sabía lo que pensaban. Veía sus caras y me llevaba una impresión por lo que podrían estar pasando. Gaby, mi sobrina de dieciséis años, no tenía señal en su celular, pero intentaba conectarse cuando podía. Se hizo en la parte de atrás de la camioneta y parece que pudo dormir o estar cómoda mientras el recorrido. Aceptó tomarse fotografías grupales y de vez en cuando se tomaba una selfi. Disfrutó de la playa y de la comida. El chinchorro le dejó un dolor de espalda terrible, pero al final, creo que hasta eso lo gozó, siempre en silencio, una que otra frase con sarcasmo nos sacaba una sonrisa. Camis tiene veintitrés años, una sonrisa perfecta y unas ganas de aventurar sin miedo. Se gozó todo el viaje, nos hizo reír y se preocupaba porque todas estuviéramos bien. Comió muy bien, durmió bien, y tenía sus momentos de soledad, que se notaba, disfrutaba. Tomó buenas fotografías y fue mi compañera en la aventura de subir montañas y caminar largos trayectos. Nury mi hermanita del medio, estuvo aterrada en el viaje. Se veía atenta al recorrido y las decisiones que tomaba Pelusa mientras manejaba. Por la cara que hacía en algunos momentos, se veía asustada y un poco insegura del trayecto que hacíamos. La verdad es que ella es desconfiada y no disfrutó para nada el recorrido. La playa, la comida, los lugares que vio, compensaron el recorrido desastroso que vivió. Su cabeza jugó con ella y los pensamientos que llegaban eran trágicos. Afortunadamente todo salió bien y nada de lo que se imaginó se convirtió en realidad. Como siempre nos cuidó y se preocupó porque todas estuviéramos bien. Mi mami, a pesar del miedo que teníamos por sus dolores en la rodilla y las enfermedades que la acompañan, no sufrió. Se veía tensa en la camioneta durante el trayecto, pero luego se dejó llevar por el paisaje y como Pelusa no le respondía sus preguntas, decidió cerrar los ojos y no ver eso que la asustaba. Mi mami no podía estar mucho tiempo en el sol, así que compartió solo unos pocos minutos en la playa y corría a buscar sombra. En la noche durmió bien en el chinchorro y cada vez que podía, le enviaba videos a sus hermanas, hermanos y a mi papá, para que vieran el mismo lugar que ella contemplaba desde la pantalla. Me sentí incomoda con Pelusa. Fue terco y su soberbia no le permitió reconocer que había cometido un error metiéndose por un terreno que desconocía. Escuchar un “disculpen” o ver un gesto de amabilidad de su parte, seguro, habría tenido mejores recuerdos del viaje. Amé los lugares que conocí, las rancherías, su gente sería, pero amable; la comida, con buen sabor y abundante; disfruté las playas, la brisa, los paisajes y por supuesto, la compañía de mis cuatro mujeres. ¡Viajar con mujeres, es sentirse segura y apoyada! *** En mis redes sociales podrán ver videos y fotografías del viaje.

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