Las lectoras de Gabo, deberíamos conocer sus inicios, de dónde salieron tantas historias y elementos que aparecen en sus obras. Sí, todas deberíamos conocer Aracataca Magdalena Colombia.

Casa del telegrafista Aracataca Magdalena

Hace varios años me propuse viajar al lugar donde nació y creció Gabriel García Márquez, no solo porque muchos elementos que tienen sus historias, nacieron en aquel lugar, sino porque creo importante acercarme más al autor, desde su vida personal, aunque esto muchas veces no tenga que ver con las historias, si tiene que ver con la manera o forma en la que escriben. Estamos condicionados a ver de alguna manera el mundo, dependiendo de nuestras vivencias personales.

Así que me decidí a comprar tiquetes para Santa Marta, buscar un lugar dónde quedarme y viajar un día completo a Aracataca.

El vuelo era a las 10:26 de la mañana. Fuimos al aeropuerto a desayunar y me dejaron en la puerta de abordaje nacional a las 9:26 minutos. Caminé despacio, porque estaba segura de que iba a buen tiempo. Me senté frente a la puerta de embarque y escuché una voz que decía:” Último llamado para abordar al vuelo 7826″ yo era la última persona para abordar y no me había dado cuenta. Tan pronto entré al avión cerraron la puerta.

Me gusta mucho el aeropuerto de Santa Marta. Salí a buscar un taxi y lo primero que me encuentro a mano izquierda, es el magnífico mar, me da la bienvenida a esta ciudad cálida y llena de gente trabajadora y servicial.

No hacía tanto calor. El cielo me recibió con algo de nubes y mucha brisa. En quince minutos estaba en el lugar que alquilé. Un apartamento en el piso 11 con una vista inspiradora. (Aquí les dejo el link, les recomiendo este lugar)

Hice algunas compras para mis días de estadía. Preparé algo ligero para almorzar. Escribí y escuché música. En la noche, fui al piso 16 del edificio y disfruté de la piscina, la música de los vecinos, mientras leía el libro que me acompañó durante mi viaje. Hablé con mi familia por video llamada, me tomé un vino y me acosté a dormir.

Aracataca

Caminé. No importa el clima, la distancia, ni siquiera el paisaje, caminar me despeja la mente, me hace sentir bien. Creo que caminando, es cuando más historias aparecen en mi cabeza y las ideas llegan. Llegué a un punto de la carretera en donde solo pasaban carros, no se veían buses, flotas, ni siquiera taxis. Los conductores de motos pitaban y ofrecían su servicio de llevarme; yo los ignoraba, porque me da miedo transportarme en moto, y también, por desconfianza. Pero, la imagen que tenía frente a mí, era desoladora, debía aceptar el servicio de un motociclista, así que me subí a una moto, advirtiéndole al señor, que no me gustaban las motos. Fue cauteloso, me tuvo mucha paciencia y me dejó en el lugar indicado para subirme inmediatamente a una flota que me llevaría por $20.000, en hora y media a Aracataca, el lugar donde nació Gabo.

El camino fue tranquilo. Leí todo el tiempo, de vez en cuando miraba el paisaje y luego el mapa en mi celular que me indicaba cuánto faltaba para llegar. El señor que acompañaba al conductor, un hombre de unos setenta años, talvez más, con el uniforme de la compañía desgastado y una sonrisa ausente de dientes, me preguntó que si me iba a quedar en Aracataca, le respondí que no y me dijo que él me podía avisar cuando estuviera de regreso, para que me dejara de nuevo en Santa Marta, acepté la propuesta y le di mi número celular.

Me dejaron sobre la avenida principal, y el ayudante del conductor, que parecía más su abuelo, me recomendó que me subiera en una moto, que el joven me llevaría más rápido al centro. Le di las gracias y le dije que prefería caminar, para conocer mejor el lugar. Nos despedimos y comencé mi caminata con el corazón a mil.

Pasé por la plaza de mercado, los olores se combinaban. Las personas usaban las motos como transporte y hacían melodías extrañas cuando se juntaban varios pitos. Había muchas personas caminando, de blanco y de negro, un señor se me acercó y me preguntó si ya había pasado la caravana para el velorio, yo le dije que no sabía. Cuando llegué a la iglesia de San José, estaba llena de gente y la plaza central también, había jóvenes con el uniforme del colegio, varias señoras sentadas en las tiendas que estaban al rededor, en los andenes, en el café. Supuse que se había muerto alguien muy conocido del pueblo.

Caminé hasta la casa del telegrafista y luego a la casa de los abuelos de Gabo. Antes de entrar allí, me contó una mujer bella, de ojos grandes, cabello negro y recogido que adornaba atrás con unos crespos gigantes y una camiseta de Turismo Aracataca, que ellas se turnaban para vender sus artesanías todas las semanas con el grupo de artesanos del pueblo. Vendían toda clase de recuerdos: cucharas de palo, café, mariposas amarillas en aretes, pulseras, imanes para la nevera, entre otras cosas.

Casa de los abuelos de Gabriel García Márquez en Aracataca Magdalena

Me contó que ellos no tienen cómo pagar publicidad para que visiten el pueblo, que todos los lugares que recuerdan al Nobel, su entrada es gratuita, entonces que ellos viven es de lo que la gente les compra, de sus artesanías y que el voz a voz ayuda para que más gente visite el lugar que vio nacer a Gabriel García Márquez y por su puesto, muchas de sus historias.

La escuché con mucha atención, su acento me envolvía y quería escucharla más, cuando se despidió, la detuve y pregunté que quién se había muerto, acongojada me dijo que un joven que estaba luchando contra el cáncer, que todos en Aracataca lo conocían y lo querían mucho. Todo el pueblo estaba triste y por eso acompañaban a su familia al último adiós.

La casa de los abuelos de Gabo huele a pasado y humedad. Las cosas permanecen intactas y la gente que la visita respeta las reglas que nos dan al firmar el libro de visitantes. Es una casa muy bella y bien cuidada. La cocina, el comedor, la habitación de la hermana de Gabo, la habitación de Gabo y de los abuelos, todo, luce intacto, como si el tiempo no hubiera pasado. Pero lo más hermoso de la casa es el árbol, que se encuentra en el centro del patio.

Pensar que en ese lugar están los pasos del pasado de Gabo y su familia, es muy emotivo. Las paredes están decoradas con frases que escribió Gabo en muchos de sus libros, retratando aquella casa, esos recuerdos que dejó para siempre en sus libros. Salí feliz, sentí que me había cumplido. Pero aun me hacía falta recorrer más del pueblo. Recibí la llamada de un número desconocido y colgué, supuse que era el señor de la flota. Llegué al monumento de Remedios la bella, vi la estación del tren y justo pasaba en ese momento, fue emocionante verlo, escucharlo y sentir que todo el pueblo se paralizaba mientras esa máquina poderosa y antigua pasaba desfilando. Pude tomarme la foto en la estatua del parque central después de que se terminara la misa y finalmente me llevé el recuerdo del pueblo rodeado de mariposas, blancas, verdes, naranjas y amarillas.

Salí a la avenida principal y esperé a que pasara la flota que me regresaría a Santa Marta. Paré un bus con ayuda de dos señores que me prestaron una silla para esperar cómoda, mientras pasaba mi transporte y cuando abren la puerta, era el mismo que me había dejado hace algunas horas. Nos reímos y me dejaron el mejor puesto para que pudiera irme tranquila. Me preguntaron cómo me había ido y hablamos un rato sobre el pueblo, Bogotá, el clima, la amabilidad de la gente, entre otras cosas. Me dejaron cerca a Gaira y me fui caminando sin afán hasta el apartamento. Escribí algo de estas líneas con un café caliente y después de unas horas me fui a dormir.

Vi el amanecer y me quedé en el mar durante tres horas. Me arreglé y salí de nuevo para la capital. El viaje estuvo tranquilo. En la noche nos fuimos al concierto de las 1280 Almas, pero este es el próximo texto que leerán el #miércolesdeblog. Es raro pensar que en la mañana estaba caminando en la orilla del inmenso mar de Santa Marta y en la tarde ya estaba en mi casa, en la fría Bogotá.

Amanecer en Santa Marta, playa Salguero

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