Cuando entré al Colegio María Auxiliadora, teníamos todos los viernes una hora para confesarnos. El sacerdote salesiano llegaba en la mañana y se sentaba en ese cubículo algo incómodo a escuchar a una cantidad de jovencitas contarle sus pecados. En mi cabeza siempre hubo presión frente a este tema, yo comenzaba a recordar las cosas que había hecho mal durante la semana, y al final, terminaba repitiendo lo mismo cada viernes. Aunque recuerdo que había copias de un libro en todas las sillas de la capilla, en donde nos explicaban cuáles eran los pecados, qué estaba mal visto y ofendía a Dios. Lo ojeaba de vez en cuando, pero sentía que nada de lo que estaba ahí aplicaba con la época que vivía.
Yo cumplía con el Sacramento de la Confesión, así como con el Sacramento de la Eucaristía, porque todas mis amigas lo hacían, porque mi familia lo hacía, porque hacía parte del horario del colegio, pero nunca me cuestioné la razón por la que debía cumplir con estas dos órdenes. Aunque no me gustara la monotonía de la misa, aunque me sintiera incómoda contándole mi vida a un adulto, un completo desconocido para mí.
Después de muchos años, pensé con más detenimiento este proceder. ¿Qué sentido tiene contarle “mis pecados” a un adulto y pedirle que me dé la bendición y me perdone en nombre de Dios? ¿Es necesario decirle mis faltas a un adulto, para que me las perdone Dios? ¿Realmente me escucha este adulto? ¿Le interesa lo que le cuento? ¿Cada falta tiene una penitencia, o todas en general cumplen con la penitencia que el sacerdote me pide realizar con devoción, arrepentimiento, las manos entrelazadas, como rogando y la cabeza baja frente al altar?
Este texto para nada pretende irrespetar las creencias y los ritos de las personas que cumplen con el sacramento de la confesión. Si el tema les parece intocable, gracias por llegar hasta aquí, recomiendo que no sigan leyendo, porque cuestionaré este acto.
Algo de historia
Antes de abordar la historia, quiero citar la página de Aleteia, específicamente el artículo de Julio de la Vega Hazas, que escribió el 21 de junio de 2017, titulado: ¿Quién inventó la confesión?, aquí asegura que “el origen de los siete sacramentos- de los que uno es la Penitencia, que suele denominarse confesión – está, y solo puede estar, en Cristo mismo. Como vehículos de la gracia, solo Él los ha podido instituir” cita el Catecismo en donde escribe que los sacramentos son instituidos por el Señor y explica por último que, según las escrituras, los apóstoles deben continuar con la misión de perdonar a quienes estén arrepentidos de corazón: “Dicho lo cual, hay que añadir que, en el caso del sacramento de la Penitencia, su institución sí que figura en los Evangelios. El texto más claro es el que recoge san Juan en el capítulo 20 (22): Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos”.
Para los católicos este sacramento es importante. Antes de cada eucaristía sale un sacerdote y se acomoda en el confesionario a esperar a sus feligreses a que le cuenten sus pecados. Esto lo hacen antes, para que puedan comulgar durante el Sacramento de la Eucaristía, si no hay confesión de pecados, no pueden recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Algunas iglesias tienen horario de confesiones y en algunos lugares donde se profesa la religión católica, también, por ejemplo, colegios, universidades, aldeas, pueblos, entre otros escenarios.
Según Andrea Arcuri en su texto: El Control de las conciencias: El Sacramento de la confesión y los manuales de confesores y penitente, un artículo que publicó en Chronica Nova, 44, 2018, 179-213, asegura respecto a la historia sobre el sacramento y su intencionalidad que:
“Una de las etapas más significativas de la evolución del sacramento de la penitencia precisa ser situada en el 1215, concretamente con ocasión del IV Concilio de Letrán, en el que la confesión ante el sacerdote durante el periodo de la Cuaresma, junto con la Eucaristía, se convirtió en una práctica anual y obligatoria para todos los fieles. Las decisiones del Concilio lateranense, celebrado bajo el pontificado de Inocencio III, representaron un cambio cualitativo de importancia trascendental, ya que la penitencia – hasta entonces practicada como medio para remover las hostilidades sociales dentro de la comunidad cristiana —se transformó en un poderoso instrumento de gobierno y de control de los comportamientos individuales y de las conductas sociales” tomado de El IV Concilio de Letrán véase Alberto Melloni.
Me asusta pensar que todo lo que conté (incluso los pecados inventados) iban a un historial privado, un cuaderno secreto del sacerdote de turno, con más de mil páginas, escrito justo después de la confesión: “Clase de estudiantes del Colegio María Auxiliadora: Tercera confesada=Diana Socha Hernández, estudiante de décimo grado que si cumplió el Sacramento. Tres Ave María y dos Padre Nuestro como penitencia a sus pecados. Revisar cómo se siente en el colegio, hablar con la Rectora del Colegio. Preguntar en la próxima confesión si logró mejorar su mal genio. Nota: podría ser una próxima servidora de Dios.”
Arcuri también dice: “La penitencia, antes de ser un instrumento de represión, fue, en gran medida, un poderoso medio de formación y de difusión de modelos de conducta a través del concienzudo trabajo persuasivo y didáctico desempeñado por los sacerdotes: la educación de los fieles en época de confesionalización —expresada bajo distintas formas, desde los catecismos hasta el confesionario— reviste una función considerable «no sólo para la salvación del propio individuo, sino para su formación dentro de una obediencia a la Iglesia que se convierte, a su vez, en obediencia al poder político, haciendo así del discípulo un miembro disciplinado”.
Y en qué se han convertido actualmente algunos sermones, en ayudar a tomar decisiones políticas a muchos de sus seguidores (sarcasmo -aunque, si tiene dudas, revise los sermones de algunos lugares donde se profesa el amor a Cristo). En privado ya no pedirán que rece tres Ave María y dos Padre Nuestro, sino que se perdona su pecado solo si vota por el que el sacerdote cree que es el mayor benefactor para la iglesia (Sarcasmo) Como en todos los temas, no puedo generalizar con esta broma, por supuesto que existen sacerdotes que cumplen fielmente sus creencias y no le interesa la política, el poder, ni el dinero, solo, cumplir con lo que dice la ley de Dios (que también fue creada por el hombre en nombre de Dios-sarcasmo otra vez).
Para la Iglesia Católica sigue siendo importante cumplir este sacramento, con el argumento que la gente sea perdonada por Dios y así llegue al reino de los cielos. Yo creo que continúan con la misma idea que asegura Arcuri en su investigación, meterle miedo a sus creyentes y seguir teniendo el poder de conocer información de primera mano y así manipular sus decisiones. Incluso, conociendo que todos los sacerdotes también son pecadores, los fieles siguen confiando en este rito.
La confesión, para mí, durante todos estos años, se convirtió en una manera de hablar sobre las cosas que me incomodan, en enfrentar ciertas actitudes de los demás que me hacen daño. Hablarles de frente y decirles que no estoy de acuerdo como me hacen sentir. Evaluar mi actuar y pensar en no repetir ciertos comportamientos con los que sé, estoy haciendo daño. Solo así, me siento libre, liviana, agradecida. No confieso mis culpas a un sacerdote, no divulgo a un extraño, lo que considero “mis pecados” No quiero darles el poder de conocerme, de conocer mi interior. Si alguien debe perdonar lo que hago, soy yo misma y por supuesto, a los que hago daño directamente. La confesión de los pecados, seguirá siendo parte de la Iglesia Católica, hasta que sus fieles lo sigan permitiendo. Después de tantos años quieren creer que esto les hace bien. Sentir que sus pecados son perdonados los alivia. Cada uno hace lo que mejor le parece para sentirse tranquilo. ¿Qué piensa?