En dos oportunidades estuvo frente a mi. La primera fue cuando yo era ignorante de su grandeza. Se apareció en un salón del edificio Sindú, en la Universidad Nacional de Colombia. Al salón no le cabía una persona más. Todos llevaban algunos de los libros que ella ha escrito y yo, llegué desprevenida, no sabía que esa mujer con ojos pequeños, cabello corto y buso de cuello tortuga, se convertiría en una de mis escritoras preferidas. Después de contarnos acerca de lo importante que era para ella escribir y de motivar a unos cuarenta estudiantes de escritura creativa, nos compartió la novela que estaría publicada en unos pocos meses. Si, tuve el privilegio de escuchar de su voz las primeras páginas de Lo Que No Tiene Nombre, y fue indescriptible el momento, lo resumo con esa sensación que tuve la primera vez que vi la ecografía donde estaba mi primer hijo, las lágrimas salieron sin que yo pudiera retenerlas y mucho menos controlarlas.
“Buscamos un sitio vacío donde estacionar y lo encontramos a unos
cincuenta metros del viejo edificio de cinco pisos que se levanta, digno pero
sin gracia, casi al final de la 84 entre 2.ª y 3.ª, una de esas típicas calles
neoyorkinas del Upper East Side, tradicionales y casi siempre apacibles a
pesar de los muchos negocios que funcionan en los pisos bajos. Del baúl del
carro bajamos dos maletas grandes, livianas porque están vacías. Antes de
llegar al portón, y como impulsados por un mismo pensamiento, nos
detenemos y miramos hacia arriba, como calculando los cuatro pisos que
debemos empezar a subir. Camila abre el portón y aparecen el hall, amplio y
sombrío —uno de esos espacios donde cualquier mínimo ruido produce eco
—, y las escaleras de granito, las mismas que en el pasado agosto nos
parecieron eternas cuando ella, Renata y yo subíamos y bajábamos,
entusiastas y acezando, cargadas con toda clase de enseres. Ahora, en cambio,
hay algo crispado en nuestro silencio, en la manera a la vez pausada e
impaciente con que remontamos los escalones, contra los que tintinea el metal
de las ruedas de las maletas”
Solo es el primer párrafo, aquí no hay mucha información que permita justificar mis lágrimas, supongo que fue el tono de su voz, lo acongojada que se escuchaba. Finalizó dos o tres páginas más de su escrito y nos miró, como si no nos mirara, pérdida en un recuerdo, que como bien lo explicó más adelante, era necesario escribirlo porque tenía miedo de olvidarlo, tenía miedo de olvidar el recuerdo de Daniel, su hijo.
Estuve pendiente del día que publicaran el libro y fui a comprarlo (lo presté y nunca me lo devolvieron – lo perdí), se agotó rápidamente y los críticos hablaban de su triste historia. En las redes pueden encontrar análisis, entrevistas y mucha información que tiene que ver con Lo Que No Tiene Nombre, incluso yo hice una reseña en este blog del libro (pueden leerla de nuevo aquí) Le experiencia de leer el libro por primera vez hizo que llorara de principio a fin, y aquí descubrí que ella sería mi escritora colombiana favorita. Luego lo leí por segunda vez para analizar el modo de escritura, con mis estudiantes de periodismo y años después, ayudé a montar un club de lectura a una gran empresa donde la mayoría de personas eran ingenieros, les propuse leer este libro, lo amaron.
Gracias a este libro la conocí y he comprado poco a poco su obra, casi siempre en la Feria del Libro de Bogotá. De ella he leído sus novelas: El prestigio de la belleza, Siempre fue Invierno, Después de Todo, Qué hacer con esos Pedazos, Para otros es el Cielo y me faltan un montón más, porque esta mujer ha publicado desde 1989. Su primera publicación fue un libro de poemas: De Círculo y Ceniza, y ha escrito novelas, producciones dramaturgas, artículos de revistas y antologías.
La segunda vez que la vi, fue un encuentro gracioso. En el 2019 asistí al Premio de Periodismo Simón Bolívar, Piedad Bonnett, hacía parte del comité evaluador que entregaba el premio al libro periodístico (aquí pueden ver el discurso). Yo estaba emocionada al verla en el atril, junto a Mauricio Sáenz mientras leía el discurso en nombre del comité evaluador, luego ella leyó el primer ganador y finalmente MaryLuz Vallejo el otro ganador. Después de finalizada la ceremonia, nos invitan a tomar una copa de vino y socializar. Yo estaba con mi amiga Carmen, con quien frecuento este evento. Salíamos del baño y al abrir la puerta me encontré, con Bonnett, no me había tomado un solo vino y sin embargo, sentí la necesidad de hablarle, como una fan enloquecida. Le dije algo así – Gracias por tus letras, han sido importantes para mi y para mis estudiantes. Te admiro mucho. De verdad gracias. Ella estaba asombrada, muy respetuosa me dijo – gracias a ti por leerme, es un honor de verdad. Yo le di un abrazo y con una sonrisa la dejé entrar al baño. Luego, mi amiga Carmen me dijo – Usted hablándole y la señora con ganas de entrar al baño. Yo no había caído en cuenta de esto, hasta que me lo dijo Carmen. Reímos toda la velada y no volví a ver a Piedad Bonnett en el evento.
Hace pocos días, escuché el podcast del escritor Ricardo Silva Romero y el Ex Ministro de Educación, Alejandro Gaviria, Tercera Vuelta, el episodio estaba dedicado a las mujeres. Lo titularon ¿Cuáles mujeres artistas te han marcado? (lo pueden escuchar en este enlace) Al inicio, me iba desilusionando, porque solo hablaban de grandes mujeres extranjeras, y yo sentía que en Colombia existen y existieron mujeres artistas maravillosas. Pero estos dos hombres no me desilusionan, a medida que transcurría el episodio, las mujeres colombianas salieron a ser reconocidas. Como ellos mismos decían, faltaban muchas más, pero debían ser muy selectivos. Y en este episodio los dos hablan de Piedad Bonnet. Debo confesar que fueron ellos, los que me motivaron a escribir este texto, porque ella merece que la lean, que la conozcan y que se le rinda homenaje. Sus historias valen oro.