El Hambre de Martín Caparrós, escrito en el 2014, en su tercera página escribe: “ninguna enfermedad, ninguna guerra, ninguna plaga han sido tan letales y, al mismo tiempo, tan evitables como el hambre”. Este libro te hace sufrir, llorar, pero sobre todo, entender.
Recorre Níger, Kenia, India, Bangladesh, Estados Unidos, Sudán del sur, Madagascar y Argentina. En sus 610 hojas nos hace pensar sobre la inevitable desigualdad social. Con una narración literaria impresionante, este periodista nos relata lo que los noticieros, documentales y especiales no nos han podido contar, porque se sienta con los personajes y los escucha, los ve e incluso compara situaciones personales. En su contra portada vemos este aviso que nos deja en alerta con lo que podemos encontrar en el libro:
“Si usted se toma el trabajo de leer este libro, si usted se entusiasma y lo lee en – digamos – ocho horas, en ese lapso se habrán muerto de hambre unas ocho mil personas: son muchas ocho mil personas. Si usted no se toma ese trabajo, esas personas se habrán muerto igual, pero usted tendrá la suerte de no haberse enterado. O sea que, probablemente, usted prefiera no leer este libro. Yo creo que haría lo mismo. Es mejor, en general, no saber quiénes son, ni cómo ni por qué. (Pero usted sí leyó este breve párrafo en medio minuto; sepa que en ese tiempo sólo se murieron de hambre entre ocho y diez personas en el mundo. Respire aliviado)” Martín Caparrós.
Tener el estómago vacío, esa ausencia de sal en el paladar y las ganas de saciar, aunque sea con un pan, para engañar al cerebro y a la energía baja, con el diminuto e insuficiente alimento; este, es el diario vivir de muchos colombianos actualmente. Noor Mahtani, escribió en el diario El País, de España, el 13 de enero de 2022: “Los hogares colombianos que consumían tres comidas al día disminuyeron de un 90% antes de la pandemia a un 70,9%, según lo indica la encuesta Pulso Social del DANE. En adición a esto, el último indicador de pobreza monetaria evidencia que el 42,5% de los habitantes dispone solo de 331.688 pesos (76 euros) para cubrir sus gastos de alimentación, vivienda y otros artículos de primera necesidad”. Por su parte, la Universidad del Externado comenta en un artículo escrito en su página web que: ” Según el DANE, para diciembre de 2021, el 30.1% de los hogares colombianos consumían en promedio tan solo dos comidas o menos en el día; cifra que también respalda la Asociación de Bancos de Alimentos de Colombia y la Cámara de Alimentos de la Asociación Nacional de Industriales, que muestran que el 54.2% de los hogares se presenta inseguridad alimentaria”. Aunque Caparrós no habla de Colombia en el libro, es evidente que no estamos lejos de esta historia y menos si conocemos el informe de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), en donde se nombró a Colombia como uno de los países más críticos con respecto al hambre.
Y aunque parezcan solo cifras, es preocupante ver latente esta realidad en los barrios de Bogotá, cuando ves personas buscando entre la basura o golpeando la puerta de tu casa para que le des un poco de comida, o como lo decía una amiga, recorriendo el país por turismo y encontrarse con esta realidad palpable, niños pidiendo agua, o un paquete de galletas para poder tener algo en su estómago, por lo menos ese día de suerte.
Las Damas Salesianas, tienen dos iniciativas para apoyar a la gente más necesitada de la localidad de Usaquén, se enfocan en dos barrios que hacen parte de la parroquia San Juan Bosco: Soratama y La Cita. Las personas se inscriben en el programa Pan Compartido, este se divulga en la Eucaristía. Las Damas, hacen una visita en sus casas para ver la necesidad de la familia inscrita. Los alimentos los compran con un programa llamado el Plan Padrino, en donde algunas familias voluntariamente donan una mensualidad para ayudar a niños, mujeres y familias vulnerables.
La segunda iniciativa es un Comedor Comunitario. Las Damas, tienen un “Ropero”, en donde venden a bajos precios la ropa que les donan en buen estado, con ese dinero van al Banco de Alimentos y compran allí para hacer el almuerzo a más de 65 niños y niñas y a más de 12 adultos mayores.
Estas mujeres, voluntarias, muchas veces, van hasta las casas de las personas que no tienen qué comer y les dejan los alimentos.
Dafne Triana, una estudiante que tuve hace algún tiempo, me contaba que ella tenía una fundación, en donde apoyaban, sobre todo a los niños, con útiles escolares, talleres y por supuesto con alimentos. También hacía jornadas de repartición de comida a los habitantes de calle, con la ayuda de personas que le regalaban alimentos, otras cocinaban y otras empacaban la comida, ella con policías y otros jóvenes, repartían en la noche el alimento, para muchos, esa era si primera comida en el día, incluso de varios días.
Ellas y muchas más personas, fundaciones y ONG´S están haciendo algo, se suman a una respuesta inmediata, ¡debemos hacer algo ya! por las personas que lo necesitan, pero desafortunadamente esto no es suficiente, esto no va a hacer que pare el hambre en nuestro país ni en el mundo. Caparrós entrevistando a un funcionario en el libro (página 483) dijo algo que me dejó pensando durante muchos días: “Sería mucho mejor si los Estados y los donantes internacionales invirtieran en la creación de infraestructura – unos pozos, un pequeño dique, una instalación de energía solar, un camino – para que las personas después pudieran arreglárselas por sí mismas. Pero claro, eso las convertiría en personas autónomas. Eso a nuestros gobiernos y a sus donantes no les conviene. Entonces prefieren seguir mandando bolsas de comida. Cuanto más te pongo en la situación de buscar 24 horas por día una taza de grano para tu familia, mejor para mí, porque no vas a tener el tiempo de mirar lo que yo hago”. Y es que todas las historias que cuenta Caparrós en El Hambre, tienen en común que las personas viven para buscar algo qué comer, qué llevar a su casa, el objetivo es el alimento. Mientras para muchas personas su proyecto es graduarse de una carrera, conocer el mar, salir del país, aprender a montar moto, disfrutar de un atardecer, para los que no tienen qué comer, no hay proyectos, no hay metas más allá de conseguir algo qué comer al siguiente día.