Inventamos historias a nuestros hijos cuando son pequeños
para que su imaginación vuele y también para que se diviertan. Ser padres y
madres no es fácil, ni divertido todo el tiempo, tenemos una responsabilidad
con la vida de cada hijo. Soñar con tener una vida mejor, un lugar donde todos
puedan expresar y ser ellos mismos, parece una utopía, pero es el trabajo de
una mamá y de un papá, que tienen la misión de que el paso de sus hijos
por esta vida, sea el mejor. La educación y el acompañamiento que les hacemos
tiene que ver con nuestros padres. Repetimos patrones que nos parecen que
pueden funcionar porque con nosotros así lo hicieron, evitamos otros, que
consideramos queremos cambiar porque no fueron correctos con nuestra propia
experiencia.

Queremos romper con la tradición y nos enfrentamos con una
sociedad que es reacia a que estas cosas pasen, censurando, juzgando,
señalando, incluso, amenazando con denunciar. Recuerdo un texto que escribí en
el blog, hace ya un tiempo, sobre la educación en casa y la decisión de educar de manera integral a nuestros hijos, teniendo en cuenta
nuestros propios parámetros y lo que consideramos es lo más sano para nuestra
descendencia. Tenemos el poder y el deber de educar a nuestros hijos con
responsabilidad, con todo el amor que ellos merecen. Sin embargo, algunas
acciones, como no llevarlos a una institución a educarse, no es vista con
buenos ojos, a pesar, del esfuerzo mayor que se hace desde la casa para que aprendan
sobre lo que les vaya interesando, sobre lo que potenciará su adultez. 

En la película Castillo de cristal (2017), nos muestran a un
padre y una madre poco convencionales. Quienes deciden educar a sus hijos
experimentando con lo que la vida les va presentando, dándole importancia al
libro y el autoconocimiento, la exploración en la naturaleza y enfrentarse con
retos que salvarían su vida en algún momento. Parece interesante este estilo de
vida, sin embargo, como humanos, se comenten muchos errores que terminan
constándole la credibilidad.

En Tercera vuelta, Ricardo Silva Romero y Alejandro Gaviria,
hablan del rol del hijo. Cómo los hijos quieren ganarse el reconocimiento y la
admiración de sus padres, por alguna razón. Retribuirles el tiempo dedicado,
los consejos y las enseñanzas con el ejemplo que durante toda la vida han
tenido tanta importancia para ellos. Pero tener hijos, es diferente, porque es
intentar enseñar desde muy pequeños a vivir y vivir en todo el sentido de la
palabra, no a sobrevivir, sino a ser consciente de lo que se hace y las
consecuencias que esto trae. Ser papá o mamá no es solo darles lo básico para
la vida, es estar ahí para explicarles cosas, para que ellos comprendan la
humanidad, para que conozcan la historia y reflexionen sobre lo que les
conviene o no. Jamás vivir por ellos, jamás, hacerles la tarea, darle elementos
para que ellos y ellas sean quienes decidan y se permitan equivocarse para
aprender y hacer mejor las cosas. Parece fácil escribirlo y decirlo, por
supuesto no lo es.

La película muestra a un papá y una mamá que comenten muchos
errores, que son justificados por ellos sin buenos argumentos, pero que sin
duda generan dolor en sus cuatro hijos. A pesar de ser una familia
disfuncional, los hijos eligen otro camino, el que viven la mayoría de las
personas, el convencional, lo aceptado por la sociedad, lo no juzgado, no sin
antes, perdonar los errores de su papá y de su mamá, y quedarse con los bonitos
momentos que vivieron, en donde sin duda, había aprendizaje, pero lo más
importante cariño. Finalmente, la familia es nuestro castillo, el lugar donde nos refugiamos y nos sentimos acompañados, protegidos y amados. Ojalá todos los castillos fueran sanos y protectores.

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