Salí a las cinco y media de mi casa. El vuelo era a las seis. Llegué al aeropuerto de Palmira y me subí a una flota que me llevaba al terminal de Cali. El día estaba gris, con algo de lluvia, y me parecía tan apropiado el clima, porque mi idea era caminar lo que más pudiera, tomar fotografías de esos lugares que son nuevos para mi, pero que hacen parte de la cotidianidad de los caleños y caleñas. Así que mi primer destino era la Plaza de Jairo Varela, el director de una de las mejores orquestas de salsa que tiene el mundo, no solo Colombia, el mundo tiene el honor de escuchar y cantar sus canciones.
Al salir del terminal me encontré con un lugar frío, lleno de habitantes de calle. Jóvenes que no superaban los treinta años, caminando por la calle con su cobija o un costal con algunas pertenencias, sucios, con la ropa rota y algunos descalzos. Muchos dormían en cualquier lugar de la calle o al borde de los puentes, casi ocultos, pero no pasaban desapercibidos, vi muchos. Le pregunté a una señora que salía del terminal que por donde tomaba un transporte que me dejara en la Plaza de Jairo Varela, amablemente me dijo que ella iba justo por ese camino, así que me permitió seguirla. Llegué al frente de una clínica, rápidamente me señaló a una señora que vendía cigarrillos y chicles, -pregúntele a ella, seguro sabe la ruta del bus que le sirve, vaya con cuidado, siguió su camino y yo le agradecí, no sé si logró escucharme, iba de prisa.
Miré Google Maps y me decía que en treinta minutos podía llegar al lugar caminando, así que preferí esta opción a tomar un colectivo. Edificios grandes, muchos árboles, y el piso húmedo y gris, el cielo estaba blanco lechoso y yo caminaba con un bolso que tenía solo una muda de ropa, pero llevaba el computador, así que el hombro, dolía de vez en cuando.
No paraba de llover y mis ganas de seguir caminando y conociendo no se apagaron, pero quise hacer una pausa en el museo de Jairo Varela. Un salón pequeño con muchos recuerdos, elementos que exaltaban su gran aporte a la música colombiana. Premios, la ropa que usó para alguna gala, reconocimientos internacionales y nacionales, libros, la portada de sus álbumes con el Grupo Niche, elementos musicales, como su piano, fotografías y un ambiente lleno de memoria. Me cobraron en la entrada $10.000. Salí feliz del lugar, porque me llena de recuerdos, además, vi un grupo de estudiantes de colegio haciendo una actividad allí, y pensé que era bueno que se hicieran estas visitas desde los colegios, la música es importante para los niños y jóvenes y el legado que dejó Varela, vale la pena ser conocido.
Luego, bajo la lluvia continúe mi camino. Llegué al Parque Las Novias del Gato del Río, un paso rodeado de naturaleza. Esculturas realizadas por artista plásticos como: Diego Pombo, Wilson Díaz, María Teresa Negreiros, Lucy Tejada Sáenz, José Horacio Martínez, Rosemberg Sandoval, Ángela Villegas, Pedro Alcántara Herrán, Ever Astudillo, Maríapaz Jaramillo, Nadin Ospina, Omar Rayo, Cecilia Coronel, Mario Gordillo, Melqui David Barrero, Roberto Molano, Emilio Hernández, Alejandro Valencia, Carlos Jacanomijoy, Ana María Millán, Adriana Arenas, Fabio Melecio, Pablo Guzmán, Juan José Gracia y Lorena Espitia. Este paso lo lidera un enorme gato de bronce, titulado: El Gato del Río y su escultor fue Hernando Tejada, quien donó la escultura en 1996. Luego en el año 2006 la Cámara de Comercio de Cali, lideró la iniciativa de recuperación del sector y por supuesto de la escultura y se promovió la exhibición de una colección de quince esculturas de gatas. Mientras miraba los detalles de las gatas, el sonido del río me acompañaba y el aire fresco motivaba mi camino.
Llovía, no me incomodaba, pero me tenía preocupada el computador, no estaba protegido y me encontré con la Biblioteca del Centenario. Me contaron que era una de las más grandes y que podía acceder al préstamo de los libros si estaba registrada en la Red de Bibliotecas. El joven de gafas negras, muy amable me dijo que esta biblioteca fue la primera de la ciudad y que su nombre se debe al hecho de ser inaugurada en el marco del primer centenario de la independencia de Colombia. Me invitó a ver los libros más antiguos que tiene la ciudad y hacer un recorrido para que tomara fotos y realizara videos. Además de cubrirme de la lluvia, pude guardar mi computador y disfrutar de este lugar lleno de libros y de espacios cómodos para leer y consultar.
Caminé hasta un paradero y tomé un taxi. Mientras el recorrido, el conductor me contaba que el sistema MIO en Cali, no era para todo el mundo y menos para los turistas como yo. La gente se colaba, las rutas eran confusas, pero que era un servicio que conocían mucho los trabajadores de la ciudad, porque no era tan costoso ($2.700), decía: “la mejor decisión que pudo tomar fue coger un taxi, porque los buses le dan una vuelta, que llega a su destino en hora y media o dos, con suerte. En cambio yo, la dejo en menos de nada. A mi me gusta tomar la autopista, es la única vía que se mueve en esta ciudad y en la que mejor condiciones esta”. El recorrido estuvo lleno de cosas negativas de la ciudad, que la cantidad de habitantes de calle, que el manejo de la alcaldía, que las vías, que el transporte, que aquí no hay edificios nuevos, que la ciudad esta quedada comparándola con Barranquilla, Medellín y Bogotá. Efectivamente me dejó en el lugar donde me vería con mi prima Lorena, pero salí con un aire negativo del taxi. Pagué, ($15.000), agradecí y seguí con mi sonrisa, porque lo que había visto de Cali, era suficiente para no opacar la alegría de estar allí.
Lorena estaba con una amiga que había conocido en Bariloche, Valentina, su nombre hace honor a su experiencia de vida. De este encuentro puede conocer historias de mujeres viajeras, dispuestas a disfrutar de otras culturas, de distintas formas de interpretar la razón por la que estamos en este mundo, de la independencia y también del trabajo. Vale, esta recorriendo sur américa, ya visitó Perú, Bolivia, Brasil y su amada Argentina; esta de paso por Colombia, su recorrido arrancó en Pasto, continúo con Cali y en pocos días estará recorriendo el Eje Cafetero, luego visitará Bogotá y finaliza rumbo a la costa. El vino, la comida vegana y una buena conversación, fue el cierre perfecto para mi primer día en Cali.
Segundo día
Con Lorena fuimos a visitar a mi primo Alexander. Caminamos por calles rodeadas de árboles llenos de frutos y flores. Vimos animales, desconocidos para nosotras, pero para los caleños, hacen parte del lugar. Casas grandes, pocos carros y armonizaba el sonido de los pájaros, el viento golpeando las ramas de los árboles, se respiraba un ambiente agradable y muy bonito. Llegamos al Círculo Salón Cali, el local de mi primo. Almorzamos en un hotel y caminamos despacio hasta Crepes para comernos el postre. Hablamos de lo importante que es la familia para nosotros. Fue una tarde de aprendizajes y mucho amor familiar. Nos despedimos con un abrazo de Alex y con la promesa de repetir pronto un encuentro. Con Lorena caminamos hasta la estación Universidades, compramos una tarjeta para movernos en el MIO ($6.000) y el pasaje de cada una. Nos despedimos con un abrazo. Ella seguiría su aventura con Vale y yo me iba al hotel a esperar a mi esposo, porque al siguiente día estaría realizando una ponencia a la que fue invitado por la Fundación Academia de Dibujo Profesional y yo haría el seguimiento periodístico del evento para publicarlo en la Web del Semillero. (Pueden leerlo aquí)
Último día en Cali
Despertamos temprano. El desayuno llegó a la habitación. Salí al balcón y respiré aire puro, la vista era una fila de árboles, canto de pájaros y una ardilla sobre un árbol mirándome con nervios. Dos mujeres subían las escaleras decoradas con colores que llevaban a una carretera más arriba, abajo, estaba la entrada del hotel y de otros edificios. Eran muchas escaleras. Salimos a la Fundación Academia de Dibujo Profesional, allí nos esperaban estudiantes y docentes quienes nos recibieron con cortesía. Después de terminada la ponencia, nos invitaron a un almuerzo. Allí se aprovechó para conversar sobre eventos, proyectos y convenios educativos, con las diferentes instituciones a las que pertenecían todos los invitados. Habían profesores de Santa Marta, Bogotá, Cali, Medellín y México. Nos despedimos y salimos a tomar un café en el Centro Comercial Chipichape, para despedirnos de esta linda ciudad. Un carro pasó por nosotros y nos llevó al aeropuerto de Palmira. Mi vuelo salía a las 5:30 p.m. y el de mi esposo a las 6:00 p.m. Teníamos aerolíneas diferentes, pero como es tan pequeño el aeropuerto, podíamos escuchar los avisos de todas las aerolíneas desde donde estábamos sentados. En Bogotá yo esperaría a que él llegara y regresaríamos juntos a casa después de haber vivido una experiencia diferente.
Pueden ver más fotografías del recorrido por Cali y un video resumido de lo que se vivió en los lugares que visité.