Este grupo de rock bogotano lo escuché cuando tenía dieciocho años, más o menos. Recuerdo que con mi amiga Makys, cantábamos “ay marinero, quién te enseñó a nadar, fueron las olas del río, fueron fueron las del mar” Le gustaba tanto este grupo a mi amiga, que le regalé un cd con su música. Luego, 1280 Almas quedó en el olvido.

Cuando estaba en la universidad, en una clase debíamos hacer un video clip y recuerdo que E, escuchaba mucho esta banda de rock, así que me sugirió que realizara el trabajo con esta canción que no paraba de tararear: “Tú me dices, si yo te quiero/ yo te digo que te quiero de verás/ pero nena no te fíes mucho/ si me coge una borrachera…” con esta canción, nos ganamos el premio ese semestre como mejor video clip en la premiación de mejores trabajos audiovisuales universitarios.

Para E, es uno de los mejores grupos de rock que tiene Colombia y le creo. Nació en 1992, gracias a Fernando del Castillo, la voz insuperable, Pablo Kalmanovitz, el baterista con la mejor energía, Juan Carlos Rojas, el elegante del bajo y Hernando Sierra, la guitarra poderosa. Las letras de sus canciones son un grito a la injusticia, la desigualdad y a los corruptos. Entre Ska, Punk, Rock y ritmos latinos, continúan moviendo fibras a los de su generación, pero también a la nueva.

Me enteré que harían un concierto por los 30 años de la canción La 22. Así que decidimos regalarle a E, las entradas al concierto de uno de sus grupos de rock más escuchados.

El concierto

Las entradas se compraron con varios meses de anticipación. Solo en el concierto venderían el LP La 22, una recopilación de sus mejores canciones en una nueva versión, pero si comprábamos la boleta quedaba incluido el disco, así que el regalo sería perfecto. Estaríamos sentados en la segunda fila del Teatro Libre de Bogotá a las 8:30 p.m. el 7 de junio.

Ese viernes yo llegaba de Aracataca, desde el aeropuerto de Santa Marta a las 3:00 p.m. Todo salió bien. Llegué a casa en taxi. Almorcé, me arreglé un poco y salimos al concierto. Era la primera vez que iba a un concierto con Jaime. Era el primer concierto que veríamos a las 1280 Almas en vivo. La emoción era notoria.

Cuando llegamos al Teatro Libre, había mucha gente. El ambiente era agradable. Sonaba “Si vas a venir a llorarme/no quiero enterarme, no quiero saber…” en un puesto de cigarrillos y tinto; nos sentimos cómodos en el lugar, había gente de nuestra misma edad, algunos más rockeros en su atuendo, pero en general, todos similares, como cuando sientes que estas con las personas que tienen tus mismos gustos, algo, así.

Presentamos la boleta de entrada y subimos por el LP, luego nos ubicamos en los puestos. Tener al grupo de rock tan cerca, me emocionó porque sabía que haría buen material para mis redes sociales (pueden ver los videos y las fotos en Instagram y Tik-Tok)

Poco a poco fueron llegando las personas a ocupar sus puestos. Algunos con vasos llenos de cerveza. Hablaban con su grupo de amigos, con sus parejas y yo estaba atenta al reloj porque quería que comenzará ya el concierto.

A las 9:00 p.m. salió Fernando, Pablo, Juan Carlos, Hernando y los demás, coristas, percusionista y demás músicos que los acompañaron en algunas de las canciones. La gente se levantó de sus puestos y no se volvió a sentar, ni siquiera cuando se terminó el concierto. Coreaban las canciones, las cantaban con fuerza, con una mano levantada y el puño cerrado. No hubo una sola canción que no gritaran. Pero cuando cantaron: “Tu eres ajeno a todo problema/tienes la vida asegurá/por eso puedes tomarte un güisqui/mientras nos hablas de libertad/qué sabes tú/qué sabes tú/de libertad…” el teatro enloqueció.

La pantalla que acompañó al grupo detrás, estuvo en movimiento todo el tiempo. Las ilustraciones se movían al ritmo de la música y para mí, fue lo mejor de la escenografía. Hubo humo y luces que hacían del escenario un lugar mágico.

La voz de Fernando es poderosa. Es distinta. Su energía en el escenario fue alta. Aunque se quejó de la edad, ya no tiene la misma energía que hace treinta años. Tenía unas hojas en el piso y con tranquilidad se agachó para buscar la letra de la siguiente canción, dijo: “aquí tengo la copia, ustedes qué creen, a uno se le olvida la letra, después de tantos años, pero ustedes se la saben, así que ayúdenme a recordar” y así coreamos “Parados en la esquina,/ya nos duelen los pies,/ya nada es como antes;/ni Juana es lo que fue.

Una señora, un poco más baja que yo, cantaba, hablaba, dramatizaba la canción. Tenía una falda de jean corta, medias largas negras, blusa verde, el cabello bien cepillado, botas negras bajitas, saltó todo el concierto, pero esta canción, la cantó mucho más expresiva que las otras, pensé, de pronto se llama Juana.

Después de varias canciones nos dio sed. Así que bajé y pedí dos cervezas. Nos las tomamos mientras escuchábamos la música. Fue una manera distinta de vivir un concierto. Me gusto. Cuando se despidió Fernando y toda la banda, tomaron una fotografía para sus redes sociales. Yo les dejo la versión de la foto aquí.

Salimos sin afán y fuimos al segundo piso, nos sentamos en el bar, pedimos otras dos cervezas y unas empanadas y hablamos del concierto. Varios de los asistentes, hicieron lo mismo. Y en segundos las mesas del bar se ocuparon.

Pedimos un carro y llegamos a casa con el sonido de la guitarra, la batería y algo de la voz de Fernando, aun, retumbando en nuestros oídos. Fue una gran noche, fue un gran concierto, fue una gran experiencia.

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