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Los días pasan, a veces, ni siquiera recuerdo lo que hice el día anterior. La monotonía se apodera de la vida y respirar, hacer actividades de forma natural, impide que llenemos nuestro cerebro de recuerdos. Sin embargo, hemos construido una serie de imágenes de nuestro pasado, momentos gratos y no tanto, con nuestra familia, con los amigos que no se quedaron, con los nuevos que llegaron y que poco a poco, también se van acomodando plácidamente en una parte de nuestra memoria.
De mi abuela materna, recuerdo cuando estaba enferma. Una noche, lloraba de dolor. Y yo abrazaba a mi hermana y rezaba para que pudiera acabar el sufrimiento y ella finalmente, se durmiera tranquila. Recuerdo su entierro, yo tenía cinco años. El día era soleado y nosotros nos cubríamos bajo una gran carpa. Recuerdo el llanto, el adiós. Fue un día muy doloroso para la familia.
De mi abuela paterna, tengo muchos recuerdos, y puedo seguir construyendo muchos más, porque ella aun disfruta de su familia. Recuerdo que mis papás me dejaban en vacaciones en su casa. La fría noche, las cobijas pesadas. En la mañana, mis tías despidiéndose para salir a trabajar antes de que el sol saliera y Juan Gabriel cantando mientras mi tía Toñita hacía la limpieza y mi abuela preparaba el rico caldo de papas para desayunar.
De mi mami, tengo muchos recuerdos. Cuando teníamos más o menos seis años, nos dejaba muy temprano en la casa de doña Flor, una señora muy amable que tenía dos hijos, uno pintor y el otro era profe, no recuerdo de qué, pero tengo la imagen de él en un salón lleno de libros, leyéndonos cuentos y bajándonos brevas del árbol para comerlas cocinadas con arequipe. Mi mamá llegaba por nosotras cuando ya estaba oscuro y entrabamos a casa directo a la cama a dormir. En ese lugar, recité la Pobre Viejecita y bailé Súbete a mi moto en la reunión de padres de familia. Sé que a mi mamá le costaba pasar por nosotras tan tarde, era una época muy difícil y ella debía trabajar en el siete de agosto, tejiendo sacos de lana, donde doña Nelly. Luego, dejó de trabajar y estaba todas las tardes, después de que llegábamos del colegio. El “arrunchis” era mi hora favorita, cuando el sol se despedía y se disponía a iluminar la sala del apartamento, comiendo paquetes de papas y gaseosa y viendo cualquier cosa en televisión.
Recuerdo que nos llamaba desde el quinto piso, a mi hermana y a mi, para que nos entráramos, porque se nos había pasado la hora de llegada. También, discutíamos mucho. Decía que yo era de muy mal genio y que era muy “respondona”. Mi mamá nos hablaba duro, sobre todo cuando tenía que ir al colegio, no había día en que no se pusiera de mal genio conmigo, porque me levantaba tarde y a veces no alcanzaba ni siquiera a desayunar. Cuando peleaba con mi hermana, nos gritaba y a nosotras nos daba un ataque de risa, que la volvía loca. Al final, siempre resultábamos olvidando el mal momento y hablábamos de cualquier cosa.
Portada libro Los Abismos. Foto: Diana Socha Hernández |
“Todos mis muertos pensé. Si los de mi papá estaban en sus silencios y los de mi mamá eran las plantas de la selva, los míos eran las hojas a punto de caerse. Mi abuela niña, mi abuelo lombriz y cobra, las mujeres de las revistas, Gloria Inés, Paulina…” Estas son palabras de Claudia, una niña que intenta comprender el pasado de los personajes que allí nombra, para saber cuál será su destino, cómo logrará construir poco a poco su pasado. Los Abismos, una novela escrita por Pilar Quintana, una caleña que ganó el premio Alfaguara 2021 con la historia de Claudia y su familia. El amor por su madre, pero también el deseo de que no fuera ella quien le hubiese dado la vida, debido a las crisis de la niñez y de la adolescencia, pero también a los errores que el lector juzgará a su conveniencia por parte de la mamá.
Escuchar las historias de las personas que fueron importantes en el pasado de tu madre, las amigas, la abuela, las hermanas, para comprender actitudes y para formar tu propio pasado, incluso, tu personalidad. ¿Quién se ha sentado a escuchar las historias de su mamá? ¿Quién a partir de esos relatos, no define lo que es ahora? ¿Quién no piensa en que repetir la historia de su madre esta prohibido? ¿Quién no quiere tener las cualidades de su madre y los logros de ella en su vida?
En la sinopsis del libro se escribe: “Los abismos es un relato estremecedor en el que una hija asume las revelaciones de su madre y los silencios de su padre para empezar a construir su propio mundo”. Aseguro que las historias de nuestras familias son novelas latentes. Cada personaje que nos acompaña a vivir, a comprender lo que nos sucede, a entender para qué estamos destinados en este mundo, son nuestros familiares; ellos cargan con un pasado, no tan bonito, con mucho dolor, que seguramente no quieren repetir, pero también, con momentos felices, momentos que motivaron a seguir creciendo y a permitir a las siguientes generaciones que fueran conocidos. Todo lo que nos cuentan nuestras tías, abuelas, madre, nos permite conocer un poquito más nuestra propia vida.
Este libro me llevó a evocar mi pasado, el pasado de mi madre, de mis abuelas, y confieso, que esta historia estaba en mis pendientes por escribir, aunque Pilar Quintana la publicó primero, creo que me motivó a desempolvar eso que había comenzado a escribir y que por alguna extraña razón la había olvidado. Es posible que en un tiempo, espero no lejano, puedan leer una historia personal sobre las mujeres de mi familia. Por lo pronto, espero disfruten de este corto y sutil relato premiado por un reconocido jurado: Héctor Abad Faciolince, Ana Merino, Irene Vallejo, Cristina Fuentes La Roche, Xavi Ayén, Xavier Vidal y Pilar Reyes, Los Abismos, es más que un libro premiado, es una metáfora de la vida.