Viento suave.

Hace frío en Bogotá. Son las 10:30 de una mañana nublada. Camino sobre el pasto húmedo. A un lado, se ve la estatua de Heriberto de la Calle, al fondo una pared sepia con el nombre grande de Centro de Memoria, al otro lado, en el fondo, se ve la obra de Beatriz González: Auras anónimas.

Auras anónimas Obra de la artista Beatriz González. Centro de Memoria Paz y reconciliación

Por estos días estuve haciendo un recorrido con mis estudiantes al Centro de Memoria Paz y Reconciliación, ubicado en el centro de Bogotá. Es un lugar que frecuento, porque actualizan las exposiciones y es un buen escenario de aprendizaje.

Colombia está llena de soplos sin nombre. Abandonadas en fosas comunes para que nadie pueda descubrir cómo desaparecieron de este mundo. Mientras sus familiares por rituales personales despiden a su ser querido, rogando porque en algún momento aparezca su cuerpo, para poder velarlo como su religión se lo pide.

Artistas como Beatriz González, hicieron lo propio en el 2009. Pensar en esos cuerpos encontrados, trasportados en soportes improvisados y dejados en tumbas sin nombre. A partir de fotografías vistas en periódicos, la artista intervendría los columbarios populares del cementerio de Bogotá.

En esta obra se evidencia la indiferencia y el olvido, por una parte, el deseo y la necesidad de recordar a las víctimas, por otra. González, asegura en una entrevista que: ”Me sorprende mucho lo rápido que la gente olvida las imágenes que se ven en las noticias. Mi forma de luchar contra ese fenómeno, de procurar que no desaparezcan tan rápido, es usar esas imágenes en mis dibujos y en mis obras”.

Estudiantes en el Centro de Memoria Paz y reconciliación, escuchando al guía. Al fondo la obra de Beatriz González

Andrés, la persona que nos hacía el recorrido, un joven, comunicador social, que le apasiona la memoria, nos contaba que las 8957 lápidas con siluetas de cargueros trasladando muertos, se extienden a lo largo de todo el Cementerio Central. De esta forma, las siluetas traman íconos que aluden a la memoria, función original de los columbarios: un espacio sagrado para la memoria de aquellos seres queridos difuntos.

Sin la explicación de la artista y de Andrés, lo que vemos los bogotanos y los visitantes, es una repetición de figuras en unas lápidas, en siluetas de color negro en un fondo amarillo, que, sin duda, nos recuerdan las tumbas de muchos cementerios populares, en donde la gente deja a sus familiares, para visitarlos de vez en cuando y adornarlas con flores.

Esta expresión artística, donde se evidencia una técnica con color, textura, dibujo, nos permite leer historias, sentimientos, sensaciones y recordarnos que todos nacimos consientes de la muerte, pero también, del recuerdo que dejamos a quienes continúan en vida.

Antanas Mockus, alcalde en el momento en que se inaugura la obra, apoyó esta iniciativa y es importante decirlo, porque no todos están de acuerdo en apoyar estas iniciativas artísticas, como fue el caso de Peñalosa, quien tenía otra idea para cambiar ese lugar.

Aunque la obra al comienzo se hizo con materiales frágiles, comenzó a deteriorarse, la radiación solar cambió el color blanco de las lápidas acrílicas, la vegetación adorna el suelo y rodea algunos nichos hasta tapar algunas de las imágenes, la esterilla del techo se pudre y desprende del techo, entre otros detalles visibles, sin embargo, recibió ayuda de profesores de la Universidad de Harvard, para la restauración; remarcando la inmortalidad que los columbarios ha asumido durante más de una década.

Las obras de arte serán el recuerdo permanente de un pasado que debemos negarnos a dejar en el olvido. Esta es una representación de la memoria de los olvidados.

Llega el medio día y el viento sigue suave.

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