¿Han visto la emoción de los papás y mamás en una clausura o evento cultural en donde los hijos cantan, bailan, declaman o actúan? Seguramente si, y recordarán, ¿Cómo es su manera de actuar cuando sus hijos hacen alguna de esas actividades? Toman fotografías, graban el momento con su cámara o su celular, lloran o hacen comentarios de orgullo con las personas que están a su alrededor. Puede ser un momento importante para los niños, pero sin duda, es mucho más significante para los padres.
No recuerdo el nombre de la película, pero había una escena en donde mostraban la entrada de sus hijos a la clausura de kínder, todos los padres y madres se movían con la intención de tener el mejor ángulo para luego subir el video o la fotografía a sus redes sociales y contarle al mundo que su hijo o hija se habían graduado. Recuerdo que hace varios años se hacía esto para guardar ese recuerdo en familia, desempolvar el álbum de fotos y ver ese pasado hermoso, o incluso, en algunas casas, había murales del recuerdo, fotografías en donde nos contaban las cosas bonitas que habían vivido los hijos, pero ahora, no es así, ahora se le comparte a nuestros contactos, esos momentos importantes que ya no son solo familiares, sino que son de interés general.
No solo esperamos que nuestros hijos hagan algo importante en su colegio, esperamos que se destaquen en la parte artística o deportiva. La idea de que descubran su talento, nos ha llevado a invitarlos a que disfruten de una clase de música, baile o algún deporte. Porque nos han dicho, que es
importante que tengan actividades extracurriculares, donde no solo socialicen, sino también disfruten de eso que les apasiona.
Con una pregunta sencilla, en tono cariñoso, nuestro hijo menor, Thomas, se puso a buscar entusiasmado, aquello en lo que le iba a dedicar un tiempo de la semana.
Con nuestro hijo mayor, sucedió algo similar, Sebastián, escogió el futbol y nos vimos varios fines de semana el entrenamiento y partidos entre clubs, en donde se destacaba como arquero. Creo que esa etapa de nuestra vida fue buena, la disfrutamos, pero lo más importante era que Sebastián se gozaba lo que hacía. Cuando creció, se dio cuenta que había otros nuevos intereses y dejó definitivamente el futbol.
Un día, estábamos en Villavicencio, visitando la familia. Santiago, el primo de Sebastián y Thomas, estaba jugando un campeonato, recuerdo que era la final y para nosotros el partido quedó en un segundo plano.
Lo que atrapó nuestra atención, fueron las acciones de los papás y las mamás de los jugadores. Gritaban, y no eran voces de aliento, ni armoniosas, eran insultos a sus propios hijos y a los niños del otro equipo, incluso, también para el árbitro. Fue impactante ver esa escena y tomamos la decisión de no volver a ver los partidos de futbol.
Thomas se decidió por el basquetbol, le llamaba la atención el manejo del balón, pero lo que más lo motivaba era crecer, alguien le dijo que si practicaba ese deporte podría ser muy alto. Así que con esa esperanza, le enseñó la dirección donde practicaban dos veces por semana a mi esposo y comenzamos el proceso con él. Fuimos una tarde y quedó encantado con el trabajo de su profesora y la calidez de sus nuevos compañeros. Estuvo practicando sin falta los martes de cinco a siete de la noche y los sábados de diez de la mañana a doce del medio día. Hasta que nos llegó un mensaje, en donde nos decían que había un juego amistoso con otro club. Como todos los papás y las mamás que queremos compartir con nuestros hijos estos momentos tan importantes para ellos, fuimos al juego.
Llegamos temprano. Thomas se puso a practicar lanzamientos mientras llegaba el equipo. Los papás y las mamás se iban acercando a las frías gradas del parque. Se veían emocionados y la mayoría se conocían, se saludaban con familiaridad, de vez en cuando repartían gaseosa, paquetes grandes de papas, incluso sándwiches preparados con esmero desde muy temprano por alguna mamá. Con sombrillas para cubrirse del sol o por si llovía, con plásticos o cojines para sentarse más cómodos, afortunadamente alguien dijo que había olvidado las ruidosas trompetas y pitos para hacer sus canticos llenos de emoción para motivar a sus hijos en el juego.
Al inicio los comentarios eran: “tú puedes, yo veré” o “ve a divertirte, eso es lo más importante”, pero a medida que iba corriendo el juego, las frases a grito herido eran: “concéntrate”, “qué estas haciendo, no
recuerdas lo que dijo el entrenador”, luego con más emoción se escucha alguien que grita: “ese arbitro es muy malo”, “eso, no lo dejes” o el coro de varios asistentes: “si se puede, si se puede, si se puede” y luego, olvidando que es un juego amistoso, de niños y niñas entre los 11 y 13 años, salen frases furiosas como: “atácalo”, “con más fuerza, no te dejes”, “falta juez, ese niño es muy brusco”. Las mamás emocionadas, llegan casi al borde de la línea blanca, como queriendo coger el balón y hacer una cesta, como si quisieran jugar por sus hijos y demostrarles cómo es que se hace (porque no olvidemos, que muchas y muchos de ellos, acompañan a sus hijos al entrenamiento) gritan con emoción, saltan, piensan, se ríen y luego, vuelven a concentrarse en el juego y se repite la acción. Los papás en cambio, se hacen en una esquina y como si fueran los directores técnicos o el “profe” dan órdenes, dicen a sus hijos cómo
actuar, en donde ubicarse, qué táctica hacer para lograr el punto que los lleve a ganar, un partido amistoso.
Celebran como si hubieran ganado la Copa mundial FIBA, cuando los del equipo en donde juega su hijo o hija hacen un punto. Llevan la misma camiseta, buso, gorra y chaqueta con el logo y los colores emblemáticos de su club. Los padres, también hacen parte del equipo. Ellos son fundamentales dentro del club, no solo porque son los que llevan el dinero, si no porque apoyan al equipo de otra manera, compartiendo, haciendo rifas para recaudar fondos para comprar más balones o mejorar las canchas en donde entrenan los niños y niñas, son una familia.
Este partido amistoso no se compara con el que vimos en Villavicencio, afortunadamente, pero nos dimos cuenta, que los padres son quienes influyen en que los hijos se apasionen o terminen odiando el deporte
que decidieron escoger. Creo que lo importante es lo que ellos pueden disfrutar aprendiendo, trabajando en equipo, haciendo ejercicio para crecer y mantenerse sano, construir amistades, admirar a su entrenadora y a sus compañeros. La idea no es ver cómo puedo hacerle falta al del otro equipo y lastimarlo, pelear en el juego, hacer sentir incómodo al niño gritándolo frente a sus compañeros y a
otras personas que no conoce.
Por qué razón vamos a repetir lo que hacen algunos hinchas de equipos grandes, quienes crean cantos para ofender al del otro equipo o al árbitro, se insultan entre ellos, se matan por defender su camiseta y no soportan una ofensa y cuando un jugador de su equipo no da lo mejor de sí o comente un error, lo agreden.
Los hinchas son el motor del equipo, nos animan, hasta el punto de ver que el juego sea más emocionante y además permiten que el club crezca y mejore.
Dentro de la cancha y fuera, nuestros hijos están aprendiendo, nuestra actitud como hinchas fieles de nuestros hijos, es fundamental para enseñarles lo importante de respetar al otro y de no lastimarlos, así sea con canticos o comentarios propios de un hincha durante el partido, aquí estamos construyendo país, aunque piensen que es solo un partido de barrio.
Diana, muchas gracias por graficar la realidad en moldes para la lectura. Una realidad de muchos escenarios de diversas actividades. Una forma de explosión donde los seres humanos exponen sus pensamientos agobiados por el estrés. Imperdonable desde cualquier punto de vista, por que es lo que transmiten a los hijos: "Violencia"
Gracias por tu comentario John, así es.