No hay perfección. Somos pedazos, retazos de colores que con los años se van tejiendo por las relaciones que nos han acompañado, en momentos, sin que nosotros tuviéramos elección de escoger. La casa, la familia, el trabajo, los amigos, la pareja, los hijos, el papá, la mamá, están porque así debe ser, porque así es la vida. Porque hacen parte de tu construcción social. Esto no quiere decir, que siempre estemos de acuerdo con esos retazos, que los aceptemos como van llegando. Es cuando decidimos si cambiamos algo de esos retazos lo que nos va a hacer libres, lo que nos dará paz. Emilia, habla de los lazos familiares y de cómo algunos comportamientos no le permitieron entender su lugar en casa. Recuerda cuando tenía, talvez, cinco años, y estaba enferma, su padre llega y la acobija con sus abrazos y le da varios besos en la cabeza: “¿En qué momento su padre dejó de abrazarla así?, ¿en qué momento permitió que el miedo de no estar a la altura de su tarea educadora lo convirtiera en un hombre severo, castigador, cuyo cariño se expresaba sólo en exigencias y mandatos? Se cuestiona, porque al pasar los años, no vuelve a sentir esa protección de él. Porque se han alejado. Porque dejó de importarle lo que ella podría sentir y prefirió encerrarse y alejarse de ella con el paso de los años.

Los años se notan, no solo en el cuerpo, también en las acciones y en lo que se tiene. Qué hacer con estos pedazos, es la historia de Emilia. Una mujer que ha llegado a la edad en donde lo que le nace hacer, es ser feliz. Su primera línea nos da una idea de la historia que nos encontraremos en las siguientes páginas: “A veces basta tirar una piedra sobre un tejado para que una casa se desmorone”. Nuestra historia va teniendo cambios, a veces, no son tan notorios, pero otras veces, son el detonante para que dé un giro significativo. De eso se trata la vida. De cambios. Comprender esas cosas que no nos hacen bien, con las que hemos convivido durante años, pero que ya no soportamos.

“No puedo perder horas y horas solo en despejar territorio, dice. Con tantos libros por leer. Tantos viajes que hacer. Tantas crónicas que escribir”. Para Emilia, es el momento de hacer lo que se quiere, no lo que
debe. Asear la casa, dejar las cosas organizadas, atender las necesidades de su esposo; si nada de eso la hace feliz, por qué razón, debe hacerlo. Por qué cumplir con lo que otros le ordenan, o por lo que históricamente se ha hecho. A qué se debe, que las personas pasemos nuestros días haciendo cosas que no nos gustan. Esta historia, sin duda, mueve fibras y nos invita a cortar con esos retazos que no nos aportan, que no nos dan alegrías, que no nos hacen sentir vivas.

Les dejo esta frase, con la que me sentí muy identificada, sobre todo en esta época que estoy disfrutando. En este momento, siento que estoy haciendo lo que me gusta, lo que me hace feliz: Escribir. Pero eso no quiere decir, que a veces, no sienta que tengo un bloqueo creativo: “Ya en casa se sirve un café, pone música, se estira en su sofá descolorido y comienza a leer. Aquí vamos a tropezarnos constantemente con el individuo que envejece – lee- ya sea este hombre o mujer. Poco a poco va entrando en las páginas como con el agua tibia, acogedora, consciente de la transgresión de la huida, de la irresponsabilidad adolescente, del peso de sus piernas y de la levedad de su cabeza, de ese hormigueo maravilloso que la recorre como un orgasmo. El dulce placer de procrastinar”.

Libro recomendado: Qué hacer con estos pedazos, de la maravillosa Piedad Bonnett.

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