¿Olvidamos a quienes hemos querido? creo que es imposible, sin embargo, el tiempo se convierte en un antagonista cuando de nuestra memoria se borran momentos, incluso, la cara de la persona. Para evitar esto, existe una de las cosas más hermosas del arte: la fotografía. Esos momentos que quedan capturados y que cuando lo retomamos, desempolvando ese álbum lleno de recuerdos, sale una sonrisa y el corazón palpita, los ojos se llenan de lágrimas y no podemos evitar recordar esos momentos o esforzamos a nuestra memoria para que nos lleve a ese lugar, con esa persona. Pero además de la fotografía, Héctor Abad Faciolince nos recuerda en el libro El Olvido Que Seremos: “los libros son un simulacro de recuerdo, una prótesis para recordar, un intento desesperado por hacer un poco más perdurable lo que es irremediablemente finito”. Y yo le creo. He creído en esto desde que soy docente y desde que amo leer. Ahí están las historias de las personas que jamás serán olvidadas, que perduraran generación tras generación, si nos permitimos seguir leyendo.
“Este libro es el intento de dejar un testimonio de ese dolor, un testimonio al mismo tiempo inútil y necesario. Inútil porque el tiempo no se devuelve ni los hechos se modifican, pero necesario al menos para mí, porque mi vida y mi oficio carecerían de sentido si no escribiera esto que siento que tengo que escribir, y que en casi veinte años de intentos no había sido capaz de escribir, hasta ahora”, en la página 274 podemos encontrar la razón de este libro, aunque pienso que para él era necesario dejarlo claro, para muchas historias escritas, esta razón esta oculta para el lector. Todos los escritores y escritoras necesitamos dejar en un texto el recuerdo de una persona (o personas) porque queremos que las conozcan, para que jamás se olviden, de eso se trata el periodismo narrativo, las novelas de ficción, la poesía y todo este arte que nos enseña a no olvidar.
A pesar del dolor de haber perdido a su padre, de que le hayan arrebatado la vida, para Abad Faciolince era importante contar quién era su padre y dejar sus recuerdos más íntimos, esto no quiere decir que no se sienta dolor por su muerte y odio por quienes cometieron ese acto tan atroz, y quiero resaltar esta frase que esta en la página 210, porque considero que es cierta y me gusta como la escribe: “La compasión es, en buena medida, una cualidad de la imaginación: Consiste en la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de imaginarse lo que sentiríamos en caso de estar padeciendo una situación análoga. Siempre me ha parecido que los despiadados carecen de imaginación literaria – esa capacidad que nos dan las grandes novelas de meternos en la piel de otros -, y son incapaces de ver que la vida da muchas vueltas y que el lugar del otro, en un momento dado, lo podríamos estar ocupando nosotros: en dolor, pobreza, opresión, injusticia, tortura.”
Invito a leer este libro, descubrirán muchas cosas del maravilloso escritor Héctor Abad Faciolince, recuerdos íntimos que nos acercan a eventos rutinarios de la familia, lo inevitable de la muerte, pero sobre todo, la importancia de no ser olvidados, por lo menos por nuestros seres queridos. Y a mi, me recordó hablar de las personas que me rodean en mis textos, me permite dejar una memoria de ellos.
Les dejo el Soneto de Borges, que Héctor Abad Faciolince recordó en la página 280. El poema se llama Epitafio:
“Ya somos el olvido que seremos. El polvo elemental que nos ignora y que fue el rojo Adán y que es ahora todos los hombres y que no veremos. Ya somos en la tumba las dos fechas del principio y el término. La caja, la obscena corrupción y la mortaja, los ritos de la muerte y las endechas. No soy el insensato que se aferra al mágico sonido de su nombre; pienso con esperanza en aquel hombre que no sabrá que fui sobre la tierra. Bajo el indiferente azul del cielo esta meditación es un consuelo.”