S.O.S Colombia. Foto: Sebastian Cortés Socha.

Hoy no dicté el tema que había preparado para mi clase. Decidí escuchar a mis estudiantes. 

Desde este ambiente académico, donde como docentes, contamos nuestras interpretaciones de teorías y textos apasionantes, relatamos experiencias profesionales para motivar al cambio social, a practicar en nuestro día a día el humanismo, analizar la historia para evitar que sigamos repitiendo errores de nuestros antepasados. En estos espacios llenos de reflexión y acción, hoy nos permitimos cambiar el ritmo de la clase, para escucharnos, para desahogarnos, para llorar, para preguntarnos por qué y para darnos consuelo y esperar sacar algo positivo de todo esto.

Las personas de a pie, los que su rutina es ir a trabajar, estudiar y esperar regresar a casa para darle un beso a las personas que ama y acostarse a dormir, para que mañana sea igual. Esas personas que pagan impuestos, que deben comprar con lo poco que se ganan lo básico para alimentar su cuerpo, su herramienta principal para conseguir el dinero. Esas personas a quienes les descuentan mensualmente de su nómina un valor para la salud, pero cuando van a que los revise un médico, deben pagar otra cantidad de dinero. Esos que transitan por calles inseguras, sin variedad en el trasporte, que deben endeudarse para pagar una universidad. Los mismos que con esta pandemia se suma una preocupación más: el contagio. Estas personas pararon sus actividades y se reunieron para pedirle al gobierno que desistiera de hacer realidad una Reforma Tributaria.

Nino Sacro escribió la canción Yo Marché y se ha convertido en una de las tantas canciones que representan lo que esta viviendo Colombia en este momento: “Yo soy aquel que devolvió al anciano la cartera y luego por negligencia murió en la sala de espera. Soy el que necesitaba un chequeo general y recibió la orden de cirugía en su funeral… el hijo de la madre, con pensión miserable, de 1/3 del sueldo mínimo, nunca ajustable… y a pesar de que el banco ya su casa va a quitarle, la doña para mí siempre trae una cara amable. Yo represento al que en su cuello nunca lleva alhajas, al trabajador que estudia, al estudiante que trabaja, al ateo, al converso, o al que cree en el universo y al que siempre lleva en su mochila la coca del almuerzo”. Residente también hizo lo suyo con la música y nos regaló su canción Aguante: “Aunque no queramos, aguantamos nuevas leyes, aguantamos hoy por hoy que todavía existan reyes. Castigamos al humilde y aguantamos al cruel, aguantamos ser esclavos por nuestro color de piel. Aguantamos el capitalismo, el comunismo, el socialismo, el feudalismo, aguantamos hasta el pendejismo. Aguantamos al culpable cuando se hace el inocente, aguantamos cada año a nuestro presidente”. La música, las expresiones artísticas pintaron nuestras calles, nuestro país. Y nuestros indígenas, con la letra del Himno de la Guardia Indígena: “Adelante compañeros dispuestos a resistir. Defender nuestros derechos, así nos toque morir. Guardia, fuerza, por mi raza, por mi tierra”. Canciones que se escuchan en las voces de hombres y mujeres colombianos dolidos con las decisiones que han tomado nuestros gobernantes. 

Mis estudiantes se preguntan, si el gobierno conoce las necesidades de la gente que conforma este país, ¿Cómo se le ocurrió presentar esta propuesta?, ¿por qué tardó tantos días en tomar la decisión de retirarla del Congreso, para revisarla y proponer pasar otra en los próximos días? ¿Por qué esperó a que se hiciera un paro y la gente se manifestara con el derecho constitucional más usado durante los últimos años? ¿Por qué llegar al extremo de acudir a las fuerzas armadas para controlar una situación que pudo evitarse con el solo hecho de presentar una propuesta acorde con lo que esta viviendo en este momento el país? 

Concluimos antes de finalizar la clase que: Los comentarios ofensivos, solo alimentan el odio. La respuesta violenta de los que tienen armas, frente a las personas que no están en las mismas condiciones, evidencia la injusticia. Cubrir y justificar estos actos no nos hacen humanos. La muerte, las heridas, el dolor, no justifican nada. 

Sus palabras estaban llenas de dolor, de tristeza, de rabia y de impotencia. No parecía haber una salida y entonces decidimos escribir, dejar en unas líneas eso que sentíamos, eso que no nos dejaba sonreír y hacer nuestras clases como las veníamos haciendo durante el semestre. Escribir permite hacer catarsis, desahogarnos, dejar en las frases todo ese dolor. Escribir sobre mis estudiantes, reconocer lo analíticos, críticos e interesados en un cambio me llena de orgullo. Ellos no se callan, ellos gritan, gritan por un mejor país donde puedan hacer sus sueños realidad.

Tal vez mañana, estemos mucho mejor.

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