Hermanas, Santa Suerte. Foto: Diana Socha Hernández |
Recuerdo algunos momentos de mi niñez, siempre acompañada por mi hermana Nury. Todo lo compartíamos, así nos acostumbraron nuestros papás. En la juventud, sus amigos, eran los míos (ella siempre me presentaba gente). El bautizo, la primera comunión y la confirmación, sacramentos que hicimos juntas. Después que entramos a la universidad todo cambio, yo tuve que enfrentarme sola al mundo, por primera vez, caminaba sin ella. Conseguí mis propios amigos, no muchos y el ritmo de la universidad me obligaba a realizar salidas sin que mi hermanita estuviera junto a mi. Ella hizo lo mismo, la vida se encargó que cada una tomara su propio rumbo.
Con Ana María fue distinto. Cuando yo tenía once años, ella llegó para unir mucho más a la familia. Y vi cómo crecía, cómo se volvía más fuerte. No estuve muy cerca de ella, de sus dolores, de sus dudas, de sus tristezas y alegrías, mientras crecía, la sentía lejana, aunque nos tocó compartir habitación por un breve periodo. La diferencia de edad se convierte, en momentos, en la peor enemiga. Y no vemos lo importante que es, estar ahí, acompañarla en esos días difíciles o felices. Pero la distancia se encargó de que nuestra relación se volviera fuerte. Sentía que estaba cerca, que era importante para ella. Muchas veces me visitó en casa y hablábamos de sus proyectos, de las cosas que quería hacer y poco a poco comenzó una amistad muy fuerte entre ella y yo.
Las tres somos muy diferentes. Incluso físicamente, pareciera que tenemos algunos rasgos, o de mi papá o de mi mamá, pero si nos ven por separado, no pensarán que somos hermanas. Nury es la que nos protege, está pendiente de lo que nos pasa, tiene un buen sentido del humor y su forma de ser es tan bonita, que muchas personas quieren estar con ella, es muy sociable y sé que Anita, estará de acuerdo conmigo, una reunión no es lo mismo si Nury no está. Anita por su parte, es la consentida, reservada, a veces, muy silenciosa con sus cosas, dispuesta a escucharnos, regañarnos y darnos buenos consejos, es la viajera y tiene un estilo de vida muy diferente al de Nury y al mío.
Es raro cómo la vida cambia tan rápido. Crecemos y formamos nuestra propia familia, y eso que parecía que nos iba a separar, nos volvió más fuertes. La relación con mis hermanas se convirtió en un hilo que no se puede romper. Estamos pendientes de lo que nos pasa, nos apoyamos, nos escuchamos, a pesar de la distancia, buscamos el momento para encontrarnos y lo disfrutamos al máximo.
No sé qué hizo que nuestra relación fuera tan sólida. Supongo que mis papás tuvieron algo que ver, porque la relación que tienen con sus hermanas y hermanos es muy bonita. Mi papá esta muy pendiente de sus hermanos y en lo que puede les ayuda y mi mamá, es muy unida a sus hermanas y hermanos. Puede ser que influya también, los gustos que tenemos en común: los viajes, la música, la comida, los conciertos, el vino, el baile. Lo cierto es que no solo la sangre nos une, con el paso de los años, descubrimos muchas más cosas que hacen que no me quiera alejar de ellas y que nuestra relación sea tan sólida como el viejo puente de Brooklyn.
Puente de Brooklyn New York 2019. Foto: Jaime Cortés |
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Jenifer, Amanda y Leticia son hermanas y aunque comparten la misma casa, las tres viven su propia vida, su propia desgracia. Santa Suerte es una novela, escrita por el colombiano Jorge Franco, publicada en el 2010. Narra episodios de su niñez, juventud y su adultez. Deja la personalidad clara de cada una de ellas y el lector puede sentirse identificado con alguna de ellas, incluso, en momentos, con las tres.
Las hermanas viven su vida por separado y aunque sientan la necesidad de saber qué pasa con las otras, se encierran en sus vivencias, sin llegar a sentir empatía por lo que le sucede a sus hermanas. Lo único que las une es que nacieron de una misma madre. La que inventa dolores, la que cometió una locura y la que espera una llamada, así son catalogadas por el autor las tres mujeres de la historia.
La historia con mis hermanas no se asemeja en ningún momento con las tres mujeres de Santa Suerte y tampoco con las hermanas Brontë, Charlotte, Emily y Anny, quienes en 1847 publicaron sus primeras obras literarias. Ellas, de una familia rodeada de libros, se dedicaron a la literatura y con seudónimos masculinos publicaron poesía y novelas, durante varios años. La tragedia familiar las perseguía, y esto era inspiración para escribir textos que fueron cuestionados por muchos expertos, pero también aplaudidos por otros. Su hogar, la casa parroquial Haworth, en Inglaterra, actualmente se conserva como museo, un lugar visitado por muchos viajeros.
El primer párrafo del libro Santa Suerte dice así: “Todo se vino abajo: la casa, los sueños, el esfuerzo, los recuerdos, los años vividos, el tiempo muerto, los pesares, los secretos que guarda toda la casa. La historia acumulada en cada objeto, en la desidia interior de los cajones, en las marcas que los cuerpos dejan en los muebles, en la memoria que cuenta cómo fue la vida, qué hábitos, qué vicios, qué gustos, qué olvidos tuvieron los que habitaron esa casa que se quemaba con su pasado y una mujer adentro”. Lo cierto es que vivir en la misma casa, compartir algunas cosas, no son garantía para que se lleve una buena relación con las hermanas. Creo que el amor que siento por Nury y Ana María, va más allá de que tengamos en común la misma mamá y el mismo papá, o que compartiéramos una casa en nuestra niñez, o que nos gusten algunas cosas, o que compartamos algunos recuerdos, ese cariño crece con el tiempo porque las tres lo queremos así, porque no permitimos que se acabe nunca, porque no dejamos que nuestra casa se queme y se lleve todo lo que hemos vivido juntas.