“El país necesita reconocer los daños sufridos, volver a los territorios donde muchas víctimas esperan ser reparadas y adoptar medidas para que los hechos de violencia no se repitan” esta frase la escribe Hubert Gehring en el libro Pistas para Narrar la Memoria, y no puede ser más acorde con la iniciativa que se viene trabajando en todas las instancias, sobre todo en la académica. Para los docentes es fundamental trabajar este tema con los estudiantes, de una u otra forma, todos nos hemos visto vinculados con un acto violento, lo sentimos propio y cercano, así no tenga que ver con algún familiar, amigo o conocido, nos afecta porque es nuestra gente quien sufre, porque de una u otra forma nos sentimos identificados y pensamos que eso también nos puede pasar. Estamos acostumbrados a juzgar sin conocer con profundidad motivos y hechos, sin conocer el pasado y sin tener un contexto, por eso escuchar historias de las personas que vivieron episodios difíciles, en donde perdieron a su gente, quienes tienen marcado un hecho violento y con el que deben seguir viviendo; pero también conocer la vida de quienes hicieron parte del dolor, quienes causaron dolor, también es necesario. Perdonar es complejo, pero no es imposible, es un acto que se ha inculcado en la familia y ahora se vuelve un ejercicio colectivo para un país que grita la paz.
Rosalba Montes salvó la vida de cuarenta personas, intentando alejar un artefacto explosivo que en cuestión de segundos estalló en su mano derecha, la perdió. En esa época Colombia vivía el miedo gracias a los actos de Pablo Escobar, líder del grupo Los Extraditables, quienes en los años 80 atemorizaban a los civiles con carros bombas, secuestros, sicariato y magnicidios. Ella sufrió un episodio que recuerda sin dolor y que no le ha impedido seguir con su vida, tener dos hijos, ser una profesional y vivir intensamente practicando deporte, bailando o simplemente viendo una buena película con sus amigos y amigas más cercanos. Ella perdonó, incluso cuando habla del joven que ocasionó ese episodio, no habla con rencor; cuando le pregunté cómo era él me dijo con toda sinceridad y su acento paisa bien marcado “era un hombre de unos 20 años, guapo, ni perfil de delincuente tenía”.
Esta mujer de aproximadamente unos cincuenta y tantos años, se mantiene joven, bella y con una alegría arrolladora. Me enseñó que a pesar de la pérdida de una parte del cuerpo, la vida debe continuar y que para ello se debe perdonar.
No todos piensan así, mucha gente no concibe tener que compartir un lugar de trabajo, una conversación, incluso un aula de clase con un reinsertado; por ellos es que se debe hablar de estas historias, pero también para permitir que se tenga una memoria histórica, como asegura Jorge Cardona en el prólogo del libro: “La memoria sale al encuentro con la verdad y sana el corazón de quienes la exaltan. Es el refugio contra el olvido colectivo que pasa de largo. Ni la guerra o la paz pueden borrar sus pasos. Sin límites ni dueños, es una libertad que honra a la sociedad, y mucho más si son mujeres las que tocan a sus puertas”