Bogotá es una selva de cemento, como acertadamente lo canta en la primera estrofa Héctor Lavoe en Juanito Alimaña: La calle es una selva de cemento / y de fieras salvajes, cómo no / Ya no hay quien salga loco de contento / donde quiera te espera lo peor. O como dice Roberto Blades en su canción, titulada Selva de Cemento del disco, Tempestad en el año 1986, cuando hace referencia al caos de la ciudad, a la pérdida de valores y del respeto: “La ley de la selva dice que el más fuerte sobrevive, el más débil no, a ese se lo lleva el diablo”.
La selva de cemento da para muchos temas de los que, en esta oportunidad, no les contaré, por ejemplo, sobre los trancones, las basuras, los cambuches que hacen los habitantes de la calle, los robos, sobornos, la violencia, ni tampoco de las personas que no cumplen las normas, que no respetan al peatón o al ciclista, que les importa poco llevarse por delante a quien sea con tal de llegar a su destino, no, eso será tema de otra diatriba. Les voy a contar mi experiencia con la ruta 909 del SITP, (Bogotá – Colombia) y la frase que más se acerca de la canción a este texto es: Ya no hay quien salga loco de contento, por supuesto, hablo de mí, cuando tengo que usar esta ruta.
Pocas veces uso el servicio de transporte de la ciudad, intento organizar mis salidas cuando el carro no tiene restricción (en Bogotá existe el pico y placa, que consiste en que según el número de la placa del carro particular, tiene días en que debe permanecer guardado y otros en que puede transitar sin problema. Si se le ocurre sacar el carro el día que no debe, tiene una multa) pero, como estos días estoy al cuidado de mi mamá, debo hacer uso del pésimo transporte de la ciudad. Muchos lo defenderán, pues, bien por ustedes que no han tenido experiencias horribles con este modo de llegar a sus destinos.
Hace unos días, después de esperar por más de 45 minutos en el paradero, que queda a una cuadra de mi casa, el conductor tomó la decisión de no parar. Pensé, ingenuamente, que la razón era porque pasaría otro en pocos minutos, pues no fue así, tuve que esperar el siguiente B909 Mazuren, otros 25 minutos. Cuando subí al bus, muy molesta y cansada, estaba desocupado, así que vi las cosas por el lado positivo, mi trayecto de cuarenta minutos sería cómodo.
Otro día, de regreso a mi casa, debía tomar la misma ruta. Salí del apartamento de mi mamá, en el barrio Cedritos y esperé la ruta D909 Villas de Granada. Estuve sola en ese paradero una hora y tres minutos, conté aproximadamente pasar 15 rutas 19-6 y la ruta 909 no aparecía. Entonces algún lector dirá, por qué no escogió un taxi, o, por qué no llamó un UBER, o, por qué no tomó una ruta que la dejara en Transmilenio y de ahí cogía el que la deja en el Minuto de Dios y ahí coge otro SITP que la deje en la parada cerca a su casa, o por qué se quedó como una idiota esperando al bus y no pensó en otras alternativas; tienen toda la razón, fui una idiota por esperar todo ese tiempo el transporte que me deja muy cerca a mi casa, lo hice porque ninguna de las otras opciones me parecía, no es posible que una ruta se demore tanto y que los usuarios tengamos que buscar otras alternativas porque no cumplen con un horario coherente y empático con la gente. Qué pasa con las personas que no tienen sino solo esa opción, igual que yo, tienen que soportar la espera, porque si.
Otro día, intenté salir más temprano de la casa de mi mamá, sabía que la espera de la ruta D909 sería insoportable. Me puse mis audífonos y saqué mi libro del bolso. Me senté en la parada a esperar. Dos señoras se sentaron a mi lado. Después de 30 minutos, una señora me preguntó si llevaba mucho tiempo esperando y antes que respondiera, la otra mujer, de unos cuarenta y tantos respondió: “es que esa ruta siempre se demora, es una suerte que pase tan pronto uno llega al paradero” me quedé mirándola con rabia, porque habló con resignación, como si fuera normal que eso sucediera. No respondí nada, subí el volumen de la música y seguí con mi lectura. Después de una hora y tres minutos pasó el SITP, repleto de gente. Todo el camino me tocó de pie. Aguanté el trancón de la 127, luego el de la Boyacá y finalmente el de la entrada a la 80. Me senté cuando la ruta llegó a la parada en Makro. Mi mamá ya me había escrito al WhatsApp angustiada porque no me reportaba. Llegué a mi casa como si hubiera caminado desde la casa de mi mamá, hasta la mía, creo que esta opción hubiera sido mejor.
Muchas de las razones por las que el SITP se demora en pasar es por el mismo tráfico, según el diario El Tiempo, “Los operadores Este Es Mi Bus y Consorcio Express S.A.S, programan unos 21 vehículos a diario; en hora pico circulan cada 11 minutos y en hora valle cada 13. Esta ruta la realiza un bus patrón, con capacidad de 90 personas. Es una de las rutas que más se demora, según usuarios”, ¡cada 13 minutos! ¡es terrible! una ruta que es necesaria, que tiene bastantes usuarios, no es posible que se espere tanto tiempo. Aseguran también que: “Todos los buses son controlados desde un centro de operación con 40 puestos de trabajo. Sin embargo, los operadores reportan problemas que atrasan el recorrido: accidentes, carros varados o marchas; es muy complejo cumplir con ese tiempo de intervalo en Bogotá, dicen”. Entonces, ¿por qué se ven más rutas pasar seguido? qué casualidad que la ruta 19-6 es la más concurrida en el paradero de Cedritos y en el paradero de la Serena es la 60.
Como dije al principio, no uso este sistema, intento buscar otras alternativas. Es posible que yo este de malas y justo esa semana que tuve que usarlo me pasaran todas esas cosas. Lo cierto, es que no debería pasar nunca, eso no debería ser normal. No habla bien de la ciudad, ni del sistema. ¿Puedo hacer algo, además de quejarme?, no lo creo, entonces creo que nos llevó el diablo a los usuarios la odiada ruta 909 y cuando este obligada a usarla, pensaré en la última parte de la estrofa de Juanito Alimaña: donde quiera te espera lo peor 😡
PD: Después de escribir esta diatriba, he visto esta ruta pasar muy seguido, justo cuando ya no la quiero usar.