Siempre me ha llamado la atención ver a mujeres y hombres en las calles ofreciendo sus productos, bajo el sol o la lluvia, ese clima bipolar que caracteriza a Bogotá, aunque sé que también sucede en varias ciudades de Colombia. Durante años este tema ha sido de interés para los gobiernos de turno por lo complejo que se ha vuelto.

Camino por la calle 68, por el barrio Quirigüa, el Minuto de Dios, Barrancas, Bosa Centro, Suba, Villas de Granada, San Victorino, por nombrar solo algunos, y encuentro poco espacio para caminar y muchos productos que sin necesitarlos, los vendedores me invitan a comprar. No me gusta pasar por esos lugares, el ambiente es sucio, gris, a veces huele mal, no me siento segura, pero, si quiero conseguir algo específico, seguro lo encuentro allí.
Llevan tantos años que sería extraño encontrar esas calles sin vendedores.
En otra parte de la ciudad, compiten almacenes que pagan arriendo, con estos vecinos que se ubican justo al frente, incluso algunos, ofreciendo los mismos productos. Se ven niños o niñas, tomadas de la mano de su mamá o de su papá, coches con bebes durmiendo, ignorando el ruido que hace a fuera de su cómodo carrito, transeúntes afanados por llegar a su destino, algunos mirando las curiosidades que ofrecen los vendedores y por supuesto esta el atento a las personas distraídas para hurtarle su celular, o lo que pueda tomar y salir huyendo entre la multitud.
Pero también están los vendedores que no tienen un horario y siempre los encuentras en el mismo lugar, incluso, hacen parte del escenario, esos que se ubican estratégicamente, frente a las universidades, a los colegios, los hospitales, clínicas o centros médicos y en esquinas donde saben que se encontraran con algún transeúnte que estará interesado en sus productos.
La fotografía fue tomada frente a una clínica en la 30, pueden ver que los vendedores ni siquiera están en el andén, se ubican en la calle, además, los taxis y algunos carros paran para comprarles o esperar a los pacientes que salen del lugar, dejando un espacio muy reducido para la movilidad. Es un caos estar en ese lugar, pero la gente parece acostumbrada, se toma su tiempo, toman su aromática mientras conversan sobre la salud de algún familiar, si no han comido nada durante su estadía en la clínica, consiguen empanadas frescas con café caliente, o un cigarrillo mientras pasan los nervios por el resultado de algún examen o de la cirugía que le están haciendo a su conocido.
Venden fruta, arepas, empanadas, chicles, dulces, paqueticos, cigarrillos, agua, sándwiches, agüita aromática y tinto, pero también encuentras, ropa, zapatos, cargadores para celular, herramientas, libros, música, juguetes, bisutería, cursos de inglés, monitas para el álbum, entre otros objetos. Aprovechas, mientras les compras, para preguntarles por el transporte, el clima o alguna dirección y seguro te responden con amabilidad.
Defiendo el trabajo, la oportunidad de ofrecer productos en puntos claves de la ciudad. Sé que muchos vendedores han logrado pagarle el estudio a sus hijos, han comprado casa y en general, cubren todo lo que implica vivir con dignidad. Por ejemplo, conocí la historia de una vendedora de cigarrillos y dulces que todas las mañanas se ubicaba junto a un parqueadero y yo la veía leer. Esta mujer conoció a su escritor favorito, Mario Mendoza, y decía que mientras se pasaba el día sentada esperando a que alguien le comprara, aprovechaba para dejarse llevar por las historias de su fría Bogotá, que le contaba Mendoza en sus libros. Don Arturo desde las seis de la mañana dejaba su carrito con los productos frente a una Universidad, le pagó el estudio a sus hijos gracias a la compra de dulces y cigarrillos de los docentes y estudiantes del sector. Felipe, un joven que se levanta a las cuatro de la mañana, llega a su puesto de trabajo a las 5:30 a.m., vende vasos con fruta fresca, se va al medio día o cuando termina de vender toda la fruta que lleva. Viaja cada vez que logra reunir la cantidad de dinero que requiere un turista, me dice contento mientras corta la piña con una habilidad sorprendente, que lo que más le gusta de su trabajo es que él es su propio jefe y no tiene que pedir permiso para salir de vacaciones, ha ido a varias partes de Colombia en fechas laborales o temporada baja, y esto le permite conseguir a bajo costo pasajes y estadía; ahora esta ahorrando para viajar a Barcelona a ver su equipo del alma jugar.
Y a pesar de esto, no estoy de acuerdo con la organización y el trato que se ha tenido durante todos estos años con los vendedores informales en la calle.
Decomisan su mercancía, siempre tienen que estar atentos a que no lleguen con los camiones porque para recuperar es casi imposible, deben pagar una multa que es ridícula.  Detesto la basura que dejan tirada cuando se van, y como lo escribí antes, es una odisea caminar en los andenes cuando tienen sus puestos allí. Sin embargo, cada administración que llega ha intentado mejorar la situación. Pero en el artículo de El Espectador, escrito por Sara Calcedo, el 28 de junio de 2022, se asegura en el título que se ha fracasado en la formalización de los vendedores ambulantes en Bogotá, (Léelo aquí completo) “Las estrategias alrededor de las ventas informales ha variado en cada administración, pero a la fecha ninguna ha funcionado. Se intentó con los quioscos móviles y fijos (implementados en la alcaldía de Samuel Moreno (2008-2011), el trabajo social, con eventos y ferias en la administración de Gustavo Petro (2012 – 2015), o las intervenciones del ESMAD y Policía, con Enrique Peñalosa (2016-2019) (…) Ahora la apuesta es por la carnetización y reconocimiento oficial de vendedores informales en la actual administración de Claudia López. De acuerdo con el IPES, carnetizar a los vendedores informales permite reconocerlos y garantizarles ese mínimo vital con el derecho al trabajo, es decir, cuando las autoridades se acerquen en las calles a estos comerciantes, ellos podrán mostrar este registro y evidenciar que ya el IPES sabe de ellos, por lo que no podrán desplazarlos” Siento que no es un fracaso, se esta intentando mejorar la situación, ya no con la fuerza, sino con estrategias pensadas desde la participación. Falta mucho, sí, pero por lo menos se esta pensando en mejorar la situación. Lo cierto es que no depende solo de la administración de turno, es importante que los mismos vendedores se organicen y permitan que las personas que caminan por la ciudad, no sientan incomodidad y tampoco inseguridad.
En la página de Bogotá explican el proceso que se debe hacer para lograr carnetizarse y así ser “legal” en su actividad de vendedor informal, “El Instituto para la Economía Social (IPES) ofrece una variedad de alternativas a la ciudadanía que trabaja con la economía informal. Para ser parte del instituto y goza de sus beneficios, debes empezar por inscribirte al Registro Individual de Vendedores Informales (RIVI), en la localidad en la que ejerces la actividad económica” (Les dejo aquí el link para que miren los requisitos)
También es importante que conozcan que existen Los Consejos Locales de Vendedores (as) Informales, y en su página lo explican así: “Serán el máximo órgano representativo del gremio en la localidad respectiva y estarán compuestos por los siete integrantes más votados de la localidad todos con voz y voto. Existirá un consejo de vendedores informales por cada localidad del Distrito de Bogotá. Su periodo será de cuatro años, contados a partir de la instalación por parte del Alcalde Local”. Esta es una forma de organización participativa, en donde involucran a los vendedores para mejorar su situación y lo que implica para la ciudad.
Así mismo, se piensa en ofrecer alternativas de interés para los vendedores, como por ejemplo la formación académica; según la página de Bogotá.gov.co, 5815 vendedores informales han participado en las propuestas del Distrito por capacitar de modo virtual en cursos como: Inglés básico, Marketing digital y Sistemas básico en convenio con el SENA (Servicio Nacional de Aprendizaje) esto es positivo, ya que muchos de los vendedoras y vendedores de Bogotá han logrado emprender, y ese puesto que tenían en la esquina, ahora se ubica en un local, incluso algunos han logrado tener varias sedes en la ciudad, es el caso Carlos, comenzó en el barrio Minuto de Dios vendiendo arepas que él hacía con sus dos hermanos, después de varios años lograron alquilar un local, que luego se convirtió en su propia casa, ahora no solo disfrutamos de las arepas tradicionales a las que nos tenía acostumbrados, sino que las distribuye en todo el barrio para que las vendan en los supermercados frías y listas para preparar en nuestras casas. La fidelidad de los compradores, ayudaron a que Carlos lograra tener lo que tiene, pero también a sus ganas de emprender y hacer que su negocio creciera, por eso estudió y se arriesgó con préstamos, ahora tiene más de diez empleados y piensa expandirse por los barrios cercanos.
Conozco lugares en donde esta informalidad no existe, de pronto, ver vendedores y vendedoras en las calles es lo que nos hace diferentes, lo que nos caracteriza, solo espero que la movilidad como peatón sea agradable y que estas personas logren tener una mejor calidad de vida, talvez, esto será una utopía, o en pocos años estaré escribiendo otra situación sobre estos vendedores informales💭

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