Una exposición impactante de Gervasio Sánchez me transportó a varios países por medio de personajes humildes, tristes, pero con ganas de vivir, gracias al lente de este fotógrafo español.

 

En Zaragoza España pasamos con Jaime, a ver una exposición que se presentaba al lado de la Catedral Basílica de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza. Eran las 10:29 de la mañana. El día estaba azul. Entramos y hacía frío. Las fotografías eran impactantes. Varias en blanco y negro. Estaban acompañadas de un pequeño fragmento que explicaba los personajes y su historia. Salí conmovida, triste y pensativa. Y me animé a escribir este texto.

Vidas Minadas se presentó por primera vez el 25 de noviembre de 1997, Sánchez escribe en su página, que fue justo una semana antes de firmarse el tratado de Ottawa, por la prohibición de minas antipersonas. Este trabajo periodístico lo realizó gracias a un contrato que firmó en 1995 con Intermon Oxfam, Manos Unidas y Médicos sin Fronteras, con la colaboración especial de DKV Seguros. Y me llamó la atención sus palabras: “Me parecía que los periodistas éramos utilizados por una maquinaria infernal que producían dramas que solo se contaban superficialmente mientras duraba el primer impacto televisivo” asegura también, que este proyecto le cambio la percepción del periodismo y comprendo que la experiencia de hacer una investigación en donde el acercamiento con los personajes y sus historias era lo más importante, más que solo tomar un instante y mostrarlo a las personas en breves minutos, por aquello de la inmediatez de las noticias.

Los pasillos del lugar estaban divididos por historias. Las paredes se adornaban con fotografías enmarcadas en tamaño grande y se acompañaban con una franja azul en donde nos contaba la historia de cada uno de los personajes de Afganistán, Camboya, Angola, Mozambique, El Salvador, Nicaragua, Bosnia-Herzegovina, Irak y Colombia.

Todas las historias narradas en fotografías por este fotógrafo español, tienen un impacto emocional, pero cuando llegué a la historia de Mónica Paola Ardila, no pude evitar sentirme más cerca de la situación. La canción de Juanes llegó inmediatamente (Fíjate bien) a martillar mi cabeza y ese escenario tan conocido por la cantidad de historias que se han escuchado en nuestro país, sobre todo en zonas rurales, me llegaban como ráfagas, mientras miraba el trabajo de Gervasio.  

“Mónica Paola Ardila perdió la visión y sufrió varias amputaciones en sus manos por la explosión de una mina cuando regresaba del colegio junto a su padre en el municipio de San Pablo (Sur de Bolívar)Ocurrió el 21 de febrero de 2003, dos meses después de cumplir los siete años. Tras recuperarse de las heridas vivió en un hogar de acogida y apenas levantaba la cara de la cama. Meses después comenzó a asistir a clases de braille. Necesitaba ayuda psicológica para recuperar su autoestima y superar los graves traumas que acarreaba desde hacía muchos años, pero nadie se la ofreció. 

Todos los excesos, las violencias, las arbitrariedades y las incongruencias se aliaron en Colombia para destruir la vida de Mónica, nacida en diciembre de 1995. Fue violada por su padrastro a a partir de los cuatro años, fue abusada y violada por media docena de adolescentes y adultos en el hogar de acogida entre sus diez y doce años mientras se resolvía un litigio sobre su custodia, fue revictimizada por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar entre sus 12 y 16 años y nunca fue indemnizada por un estado celoso de ahorrar una cantidad ridícula a sus arcas mientras era (y es) permisivo con la corrupción generalizada”

Este fue el texto que me hizo sonrojar, por la rabia que sentí, por la impotencia de ver que las últimas palabras las decía un extranjero que estaba contando en su país una realidad que vivieron y viven muchas colombianas. 

Luego, me encontré con el texto de Pastor Virviescas Gómez en el Periodico15.com  en donde narraba cómo fue el reencuentro de estos dos personajes después de varios años. En un párrafo cuenta: “La razón por la que Gervasio viajó desde Madrid a Bucaramanga, de la capital santandereana a Barrancabermeja dos horas en automóvil y de allí una hora y media en una lancha a motor por el río Magdalena hasta San Pablo, es el reencuentro con Mónica Pao- la, la joven que encarna el dolor de las víctimas de un conflicto de medio siglo que en los últimos veinticinco años ha cobrado la vida de 2.248 colombianos –más 9.675 heridos– solo por concepto de estos asesinos silenciosos que son las minas antipersona y cuya fabricación no supera los diez mil pesos colombianos –tres euros–.”

Me llama la atención no solo el trabajo del fotógrafo, sino la conexión que generó con sus “personajes”, en este caso con Mónica y su historia. Para muchos periodistas, lo más importante es contar el suceso y ya, no hacer seguimiento y menos aun, entablar una relación cercana. Pero eso no sucedió con Gervasio, no solo sigue presentando su exposición recordándole al mundo las consecuencias de la guerra, sino que se preocupa por lo que le ocurrirá a Mónica, si logrará cumplir sus sueños o si por fin logrará tener reparación del daño que le causaron a su vida.

Recorrimos toda la sala. Nos tomamos el tiempo de leer una a una las historias y de ver cómo ha sido la evolución de cada personaje con el paso del tiempo, ese seguimiento juicioso que hace el fotógrafo a sus personajes.

Nos despedimos del hombre que estaba detrás de un escritorio y dimos las gracias. A fuera, el sol seguía adornando la mañana, y ese azul del cielo combinaba con la exposición que acababa de presenciar, tomé la fotografía del aviso de la exposición y hoy, que escribo estas líneas, me di cuenta que estuvo en ese lugar hasta el 5 de enero de este año. Ojalá se pueda ver la exposición pronto en otros lugares, no podemos olvidarnos de estos personajes, no podemos dejarlos en el olvido.

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