No conocía a nadie. Llovía con enojo. Mi abrigo me protegía del frío, pero el paraguas era insuficiente, llegué con los pies como si hubiera pisado todos los charcos de Bogotá o como si mi camino solo estuviera hilado por las baldosas desaliñadas que al pisarlas nos toman por sorpresa y sale un chorrito odioso para mojarnos los pies. Saludó con una tierna sonrisa, Daniela, esta sería una de las características de ella durante el tiempo que compartiría con ella y con las 21 mujeres inscritas al taller de Escritura Creativa en Casa de la Mujer, en el bonito barrio Nicolás De Federmann, justo detrás de la estación de Transmilenio Estadio El Campin.
Nos ubicamos en la sala de la casa. Recuerdo que vi una chimenea diagonal a un cartel gigante decía algo así como Mural para la Memoria. En la esquina una mesa pequeña de madera con una orquídea morada, el espacio era grande y acogedor. Mientras nos acomodábamos en los cojines que tenían distribuidos en el piso, nos compartieron una taza de café caliente. Luego se presentó Lucía, con su cabellera crespa adornada por unas hebillas, su voz melodiosa nos daba la bienvenida. Tímida, en otro rincón estaba Sofía, sus ojos grandes y expresivos nos saludaban. Y comenzó el primer ejercicio de escritura, debíamos escribir sobre  nosotras, de eso se trataron todos los jueves, de conocernos, explorar y dejar en las palabras nuestros sentimientos.
El primer ejercicio se trataba de la suavidad y su representación en nuestras vidas. En los siguientes talleres, aprendimos sobre la poesía Haiku, hablamos de guion y su construcción narrativa, analizamos el género epistolar, conversamos y comparamos los personajes arqueotipados, realizamos ejercicios con flujo de conciencia, descubrimos los narradores y los diferentes focalizadores que puede tener una historia. Todos los ejercicios se realizaron allí, en ese espacio acogedor y seguro, rodeadas de mujeres inteligentes, amorosas y protectoras.
Este escenario me permitió conocer escritoras que durante diferentes épocas tuvieron que luchar por contar su historia, su sentir, a pesar de la negación de la sociedad, incluso de su familia y de los seres que decían amarlas. Leímos a Emma Reyes, Liliana Moreno, Juana de Ibarbourou, Gina Zaraceni y Ava Dellaira Zalib, sus textos los analizamos en el taller mediante la voz de las mujeres que hacíamos parte del escenario, sentimos propios esos textos, esas vivencias y las comparamos con las nuestras. Vimos la película Talentos Ocultos, hablamos del papel de la mujer en diferentes escenarios.

Todos los jueves se convirtieron en el espacio personal, el tiempo que todas escogíamos para nosotras, en donde escucharnos, reírnos y leernos se volvió importante. Entrar a la casa, a las cinco de la tarde, dejó de ser ajeno, ya nos sentíamos parte de ella. La comida, el tinto y la aromática, escuchar a estas tres jóvenes mujeres transmitirnos su amor por la literatura, hasta que llegaban las ocho de la noche y nos íbamos renovadas, a cumplir con la rutina, esperando que llegara el próximo jueves para conversar sobre la lectura que nos recomendaban, a escribir, a dejar en ese papel cuadrado todos nuestros sentimientos, para luego compartirlos con las demás mujeres y conversar sobre ello, y comer, y tomar tinto o aromática y escuchar a Lucía, Daniela y Sofía, transmitiéndonos ese amor por la literatura, hasta que llegaba la hora de partir, y así, hasta que llegó el último taller.

El 17 de noviembre nos despedimos. Nos prometimos regresar, seguir las redes sociales de la Casa de la Mujer, para mantenernos actualizadas con los eventos que hacen constantemente. No quisimos borrar el grupo de WhatsApp. Queremos seguir en contacto, así como cuando fue el último día de colegio, el grado en la universidad o cuando nos fuimos de un trabajo, prometemos volver, pero a veces la vida, nos da solo instantes con personas maravillosas, para guardarlas en el recuerdo y seguir el camino. No fue solo una despedida emotiva, estuvo cargada de motivación para seguir escribiendo.
Desde el primero de septiembre, los jueves fueron una acumulación de detalles bonitos, hasta el último jueves, por ejemplo, Ilichtna nos dejó leer su publicación, un libro pequeño que tituló: Poemas de amor para un mundo sin el, Cristina, nos regaló a todas una agenda pequeña, para que la carguemos a todas partes y podamos escribir esas frases o esas ideas que llegan a veces y no tenemos donde guardarlas para no olvidarlas, y todas, todas las mujeres escritoras del taller dejaron un recuerdo lindo, ya sea por sus palabras o por los ejercicios que nos compartieron en cada sesión.
La última reunión fue donde empezamos, en la sala de la Casa de la Mujer. Allí todas escribimos nuestra memoria del taller, dejamos nuestro sentir en ese papel gigante que luego adornaron con lana simulando un inmenso libro. Brindamos por ser mujeres escritoras y agradecimos por el privilegio de haber vivido esa experiencia. Aprendimos nuevas formas de escribir, pero sin duda, nos quedamos con la importancia de demostrarnos que tenemos mucho qué narrar.
Ese día también llovió, como si se estuviera cerrando el ciclo. No me mojé los pies y el paraguas me protegió. Llegué a casa feliz por la experiencia vivida, por todo lo que me enseñaron estas mujeres maravillosas y con unas ganas inmensas de seguir escribiendo. Comencé con este texto, después de varios días de bloqueo y falta de motivación.
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