Siempre estuve acompañada por mis papás en los viajes que realicé. Cuando comencé a compartir mis días con Jaime, él era el encargado de todo el trámite para los viajes con la familia. Nunca tuve que preocuparme por la compra de tiquetes, reserva en un hotel, itinerario, ni por el protocolo que se debe cumplir en el aeropuerto. Viajar acompañada en el avión, taxi o carro, era normal en estos largos años de vida. Me preocupaban otras cosas, como por ejemplo, que al alistar la maleta no olvidara lo esencial, o que llevara suficiente dinero para una emergencia, o que mi cámara estuviera cargada para no perder un solo instante del viaje, que comiéramos bien y ya, eso era todo.

En el 2017, realicé un proceso con la Universidad donde trabajo, para presentar de  nuevo, ponencia en Buenos Aires, contando la experiencia que llevábamos en el Semillero de investigación. Todos los trámites estaban pensados para viajar con una estudiante, de paso, Jaime se presentaría en su Universidad para que como los años anteriores, pudiéramos viajar los dos y así disfrutar de la hermosa ciudad.

Pero los planes no se dieron, así que tuve que viajar sola a Buenos Aires. Se llegó el día y como es costumbre, la noche anterior no dormí bien, me ganó la ansiedad.Tenía miedo a que las cosas no salieran bien. Había hablado con Lore, quien vivía hace varios años en la ciudad y le conté que iría y que sería lindo vernos. Sin embargo, ella insistió en que me quedara en su apartamento. Ya tenía un lugar y compañía el resto del viaje. 

Jaime me dejó en el aeropuerto el Dorado de Bogotá, cuando me bajé del carro me temblaban las piernas y no podía mover las manos. No había hecho cheking, así que debía poner mi pasaporte y llenar unos datos en una máquina que insulté tres veces porque me sacó del sistema. Por fin pude sacar el papel y hacer la fila para dejar la maleta con recuerdos que le enviaba la familia a Lore, mis papás me la entregaron justo cuando comenzaba hacer la fila. Mi maleta era pequeña, así que la llevaría conmigo en el avión. 

Mis papás me acompañaron hasta cuando debía entrar a la zona de viaje internacional. Un café colombiano fue lo último que mi estómago aceptó, y un abrazo de mis papás, antes de comenzar mi primer viaje sola.

Todo el tiempo tuve un libro en la mano, fue mi compañía durante las seis horas de vuelo y me ayudó a evadir los nervios por momentos. A veces lo lograba, pero otras veces, podía más esas mariposas que se sienten en el estómago cuando sabes que estas apunto de vivir una gran aventura.

Cuando el avión se puso en movimiento sentí que la respiración no era la misma, me dieron ganas de llorar, no estaba triste, estaba impactada por lo que podría suceder en 15 días de viaje. Mi compañera de vuelo tuvo todo el tiempo audífonos y durmió bastante. Yo por mi parte, recibí un delicioso vino para acompañar mi cena y lo disfruté sorbo a sorbo. 

Llegué al aeropuerto Ezeiza a la madrugada y mi prima Lore estaría en el lugar esperándome con un amigo, para llevarme a la provincia de San Martín, muy cerca de la ciudad. Pasé por la aduana, donde revisarían mis papeles, yo tenía una carpeta con el itinerario de la Universidad donde presentaría mi ponencia y la dirección del apartamento de mi prima. Delante mío había una pareja, la mujer súper elegante, mirando su celular saludaba a su hijo de aproximadamente cuatro años y le decía que habían llegado bien y que le hiciera caso a su abuela durante su ausencia. Cuando les tocaba el turno de hablar con el hombre de la ventanilla, el señor dejó que la señora pasara sola, cosa que no le gustó. Luego se ve su cara de preocupación y dice que ella no esta sola, que viaja con su esposo, le hace un gesto de disgusto y le pide que se acerque, que al parecer tiene problemas para que la dejen ingresar. Yo me pongo nerviosa, no quiero que me pase nada malo, estoy sola y no tengo quién me apoye, como si era el caso de la señora. La señora comienza a subir el tono de su voz , supongo que por los nervios, como si el hombre no estuviera escuchando, le dice que los dos van a un evento académico (a la misma universidad donde yo iba) mis manos sudaban, el corazón iba a mil, y ya me estaban llamando para que pasara a otra ventanilla. 

El hombre me saludó y me preguntó cuál era el motivo de mi viaje, recuerdo que le dije, extrañaba Buenos Aires y quise regresar para visitar algunos lugares que me habían hecho falta recorrer en mi primera visita, y además presentaría una ponencia a un evento para representar a la universidad donde trabajaba. Al preguntarme la dirección donde me iba a quedar los quince días, me dijo que quedaba muy lejos de la Universidad donde se hacía el evento académico, le dije que la intención era conocer más y que eso me permitiría tener una experiencia más amplia de los lugares que quería conocer esta vez. Me sonrió, al parecer le gustó lo que le dije y me entregó el pasaporte diciendo: “Bienvenida de nuevo a Buenos Aires y espero que disfrute su estadía”. No puedo escribir los detalles de la sensación que esa frase produjo en mi, la resumo con Felicidad.

No veía a mi prima, llevaba dos maletas que no me dejaban moverme con facilidad, el aeropuerto no estaba lleno, y me quedé cerca a un MacDonals, por si mi prima me veía antes que yo. La vi, con su cabello rubio y una camisa a cuadros amarrada a su cintura. Estaba haciendo calor, cosa rara porque llegué iniciando invierno. Nos abrazamos y nos tomamos la foto que sería el recuerdo de ese hermoso viaje que viví.

Los días siguientes fueron SOLEDAD, una palabra que para muchos es trágica, triste y por la que no quisieran pasar; pero para mi fue lo mejor del viaje. Lore decidió irse a vivir sin su familia a un país desconocido, quiso aprender de cultura, arte, música y todo lo que puede regalar un lugar que desconoces, claro, tenía que hacer lo común en esos casos, buscar un lugar donde descansar, buscar un trabajo para poder comer y disfrutar del teatro, de la playa, de los placeres de la vida. Pero su paso por allí no giraba entorno a tener cosas y gastar su vida en un trabajo, su intención era otra y eso me lo transmitió los pocos días que compartí con ella.

                                                                            Lorena O. Sáenz. Buenos Aires Argentina 2017

La soledad fue mi compañía. Recorrí varios lugares que había visitado antes, Puerto Madero, San Telmo, La librería El Ateneo, La Recoleta, estuve en el día y en la noche en el Obelisco, pero también vi cosas que no había podido recorrer por tiempo en mi primer viaje, conocí la Provincia de Avellaneda, no por curiosidad, sino porque me perdí. Recorrí varios parques repletos de jóvenes, familias y niños compartiendo un mate, una botella de vino y de una tarde soleada con una brisa helada. Almorcé en mesas acomodadas en parques limpios, llenos de flores y árboles bien cuidados. Tomé descansos frente a esculturas maravillosas que estaban en el centro de los parques cercanos a barrios que un turista no conocería si no es porque se pierde o porque algún argentino lo lleva a recorrer. Comí en un restaurante vegano, y disfrutamos de una botella de vino con mi prima. Recorrí la ciudad en tren, bus y metro. Entré a dos cementerios. Pagué el trozo de carne más costoso y delicioso que probé en mi vida, acompañado de unas papas y una fría cerveza argentina. Un gusto que tenía que darme por recomendación de mi papá. Fui al Jardín Japonés y me tomé el tiempo de revisar hasta el más mínimo detalle de la naturaleza en ese hermoso y recordado lugar. Recorrí el barrio chino y realicé algunas compras para mis familiares, detalles pequeños pero significativos para la gente que me esperaba en mi país.

Jardín Japones. Buenos Aires Argentina 2017

Tuve que tomar decisiones sin consultar a nadie. La tarjeta que compré para comunicarme con mi gente en Colombia y con Lore, no funcionó, así que debían esperar a que consiguiera un lugar con wifi o que llegara al apartamento para poder decirles que estaba bien. Al principio eso me tenía un poco estresada, pero después entendí que el viaje lo estaba haciendo yo y era mi tiempo y mi momento el que debía disfrutar. Preparaba la cena para Lore y para mi, descansabamos y al otro día me levantaba para el evento y Lore a su trabajo, la tarde-noche era para la ciudad y para mi, una cita que comenzó a gustarme. 

Me faltaron por hacer varias actividades, que me prometí en un próximo viaje. No fui a bailar, no alcancé a ver una obra de teatro, son muy tarde y no soy buena para esperar a que empiece una función a las diez de la noche. No fui a un concierto en Luna Park y tampoco fui a un show de tango. A pesar de eso creo que descubrí que puedo sentirme bien conmigo, que las decisiones que tomé no me hicieron daño, que pude disfrutar de mi compañía y que con seguridad, quiero repetir un momento así, un tiempo así y muchos más lugares que me ayudarán a ser cada vez mejor persona.

Debía regresar, retomar mi vida, pero llevaba conmigo una experiencia que recomiendo a todo el mundo. No se necesita de grandes cantidades de dinero para poder conocer un lugar, para disfrutar de la naturaleza, de la ciudad, de la comida y sobre todo para encontrarse con uno. Hacer un pare a nuestras actividades rutinarias y disfrutar de nuestra soledad. Camino al aeropuerto miré por última vez la ciudad que me acogió por quince días.  Recordé mis charlas con Lore y la dejé en la puerta esperando verla pronto y seguir aprendiendo de ella, para mi es un orgullo todo lo que ha logrado… si yo tuviera su edad, le daría a mi vida esa experiencia, sin miedos, sin pensarlo dos veces.

Al subirme al avión lloré, esta vez de tristeza, ya no estaría en la linda Buenos Aires. Pero me esperaba una hermosa familia y una linda vida en Bogotá, la vida que decidí llevar. Con certeza digo que volvería a viajar sola.


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