Conocer este espacio en Bogotá, purificó mis pulmones, mis sentidos tomaron protagonismo. Las voces de Rosita y de Humberto, narrando la memoria del lugar, hizo que valiera la pena llevar mi clase a este escenario de arte, historia, espiritualidad. No todos los estudiantes conectaron de la misma manera.

Nos despertamos temprano. Sabíamos que el recorrido desde nuestras casas no sería fácil. Algunos dijeron que yo me había encargado de conseguir el transporte, en clase eso no fue lo que se dijo, sin embargo, entendía su malestar, no sabían cómo llegar al Parque Arqueológico de Usme.
Antes de la visita, revisé la página. Consulté qué podría encontrar en aquel lugar. Descargué la ubicación en mi celular y pensé que como esta generación vive pegada al celular, haría lo mismo. Para mi sorpresa, ni siquiera visitaron la página, no sabían a qué lugar los llevaría su docente de Territorios e Identidades.
Cuando llegué, me asusté, porque no encontraba un aviso grande con el nombre, tampoco una puerta que anunciara por este lugar es donde se ingresa al Parque. Dudé, y me sentí culpable por no haber revisado primero el lugar antes de ir con mis estudiantes. (Pensé como piensan las mamás)
Gracias a las indicaciones de un señor, muy amable, que me señaló el riachuelo y me dijo que había un puente de madera, frente a una cerca donde debía gritar fuerte para que el vigilante se acercara y me diera ingreso. No lo hice, estaba sola, mis estudiantes aun no llegaban.
Poco a poco fueron llegando, sin afán, por grupos. La mayoría llegaban quejándose: “Ese google maps nos llevaba por una calle cerrada” “El señor del carro se perdió y nos dejó allá arriba” “Profe, esto queda muy lejos”, entre otros comentarios.
Hacía frío, era un viernes de abril, la cita era a las 9:00 a.m. eran las 9:45 y no habíamos logrado entrar, porque faltaban dos estudiantes que anunciaron por el grupo de WhatsApp que estaban cerca, que las esperáramos. La última estudiante que llegó al parque fue a las 10:15 a.m.
Recorrer el Parque Arqueológico de Usme no fue solo una salida académica, sino una experiencia vital que conecta saberes ancestrales, memoria territorial y procesos contemporáneos de resistencia y dignificación.
Para algunos docentes y directivas de la universidad, los eventos académicos y las salidas pedagógicas son una pérdida de clase, pero para mí es la oportunidad de que los estudiantes conecten con la realidad, que pongan en práctica lo que se dice en el salón, en espacios como estos.
En mi clase de Territorio e Identidades, este lugar se convierte en aula viva y territorio pedagógico, donde el pasado dialoga con el presente y revela las huellas invisibles que aún modelan nuestras formas de habitar, narrar y transformar el mundo.
Tuvieron la oportunidad de escuchar a un experto en la historia del parque, Humberto, a cuatro arqueólogos que les contaron la estrategia que usan para encontrarse con el pasado y finalmente la importancia de la palabra y la memoria en un ritual con Rosita.
Para los estudiantes, este espacio ofreció una oportunidad única para reflexionar sobre cómo se construyen las identidades a partir del territorio, cómo se representan en los medios, y cómo pueden narrarse desde una mirada crítica, situada y sensible.
En ese sentido, el Parque Arqueológico de Usme no es solo un lugar para observar: es un territorio para sentir, preguntar, registrar y contar. Porque comprender el territorio es también reconocerse en él, y porque toda identidad —individual o colectiva— tiene raíces, heridas y esperanzas que la palabra puede hacer visibles.
Salimos cansados, con frío y hambre, la mayoría contentos con la experiencia, otros no tanto. Nos tomamos fotografías y cada uno salió del lugar a continuar con su vida. Puede que para algunos haya sido una experiencia más en la universidad, pero para otros, fue la oportunidad de encontrarnos con un espacio que vale la pena conocer y volver a recorrer.
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Ubicado al sur de Bogotá, este parque no solo resguarda vestigios de antiguas culturas muiscas, sino también múltiples capas de historia social, ambiental y política que invitan a pensar el territorio como un palimpsesto: un texto reescrito una y otra vez por las manos del tiempo, pero donde aún es posible leer los rastros de lo originario.
Allí, la tierra habla. Y en su silencio se oyen las voces de los pueblos, las luchas por la defensa del agua, los relatos de despojo y los sueños de quienes aún siembran vida en medio del conflicto urbano.
“El Parque Arqueológico y del Patrimonio Cultural de Usme es una pieza fundamental en la estructura integradora de patrimonios del borde sur de Bogotá. Su existencia permite reconstruir los relatos de la ciudad a partir de las memorias territoriales situadas en el borde urbano-rural y en la vida campesina presente en Bogotá; transformar, fortalecer y cuidar los vínculos que tejemos con los ecosistemas de los que hacemos parte, y movilizar escenarios para la construcción de ciudadanías que reconocen las distintas formas de habitar Bogotá.” Página Web
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