Es complejo en ocasiones vivir con gente que amas, pero lo es más con personas que no conoces. Mi experiencia el año pasado comenzó mal, pero tuvo un final feliz, amigos de diferentes países, por supuesto, con variedad de costumbres y al final solo me quedan muchos recuerdos bonitos. En estas líneas reconozco lo difícil y valioso que es vivir por poco tiempo con personas que no conoces.

La casa donde me quedé, tiene tres habitaciones en el segundo piso y un baño, en el primer piso una habitación grande con baño propio. Al salir de ella, un baño, sala comedor grande, una puerta que nos lleva al patio y una cocina abierta, la zona de lavandería y el garaje. Puede habitar con comodidad ocho personas, (me enteré que era lo permitido por el dueño de la casa) pero quien me alquiló el espacio, vio la oportunidad de meter camarotes (o literas, como le dicen mis compañeros) en las habitaciones, para que pudieran entrar más personas. Así que en la habitación de las mujeres, convivimos seis seres completamente diferentes y de dos nacionalidades, venezolanas y colombianas. En el segundo piso hay 12 hombres embutidos en los cuartos, que a duras penas pueden moverse. Sala y cocina con algunos roomies

Esta modalidad de estadía, es muy común y sinceramente, es una de las más económicas si lo que quieres es economizar para tu viaje. Yo no pretendía gastarme todo mi dinero en un lujoso hotel cuatro, casi, cinco estrellas, donde la noche, puede costar en habitación sencilla 800 dólares, me merezco la comodidad que ofrecen, pero mi intención era otra. Había la posibilidad de un hotel más sencillo, la noche a 110 dólares, algo más accesible a mi bolsillo, pero aun así acepté las condiciones que me ofertaba quien me alquiló el espacio en donde solo llegaría a descansar.

El alquiler era de 90 dólares la semana, y tenía derecho a cocinar, lavar y secar mi ropa y estar el tiempo que quisiera en la sala viendo películas. Nada mal para mi propósito en este viaje.

La primera semana es de acomodarse a las reglas y por supuesto a las personas que ya llevaban varios días conviviendo y que ya eran amigos. Las normas eran básicas, lavar lo que ensucia, mantener limpio el espacio y respetar la comida de los demás (esta estaba marcada, tanto en la nevera como en la alacena) parece fácil, pero lo que me encontré durante días fue una falta a todas las normas propuestas por los mismos habitantes de la casa.

Había exceso de comida, no cabía nada en las alacenas, y las dieciséis personas compraban mercado para un mes, así que todo estaba embutido, sin marcar y era imposible hacer uso de la nevera y en general de los espacios de la cocina. Cuando quería preparar un simple café y un huevo, me encontraba con las ollas llenas de comida de la noche anterior, o incluso, durante el día, permanecían ocupadas, así que no podía cocinar nada.  Un día compré unas salchichas para preparar durante la semana en el desayuno y cuando fui a ver, ya no estaban, alguien se las comió y por esto decidí no comprar nada para cocinar allí. La loza, medio la lavaban, mantenía grasosa, imposible servir allí. Cocinaban y dejaban sucia la estufa y el mesón. El piso mantenía pegachento del mugre que se acumulaba. En la sala y en el comedor dejaban latas de gaseosa a medio terminar y botellas de agua, en el mismo estado, a veces olvidaban levantar el plato o el vaso donde habían comido. El baño social, permanecía sucio, como era comunal, nadie se responsabilizaba de su limpieza, en cambio el de la habitación de las mujeres, permanecía impecable.

En la habitación teníamos un armario grande, todas podíamos acomodar nuestras cosas sin problema. Pero las noches eran terribles. La primera noche no pude dormir. Los ronquidos de una compañera eran terribles. Había noches en donde me provocaba ahogarla con la almohada (es broma). Yo entiendo los ronquidos, sufro de rinitis y sé que eso no lo puedes controlar, pero los ronquidos de esta compañera eran de otro mundo, yo creía que se iba a morir, que iba a dejar de respirar en cualquier momento, era un sonido que no puedo describir, las noches las hacía agobiantes y ella nunca lo supo. La regla en la habitación decía que si ves apagada la luz, procuras no hacer ruido, no encender la luz, no hablar por teléfono, y cerrar las puertas del baño y del armario si necesitas estos espacios. Yo llegaba agotada de mis caminatas y llegaba a descansar, apagaba la luz y me acobijaba para que no me afectara el sonido de afuera. Muchas veces, llegaban mis compañeras hacer ruido, hablar por teléfono, hablar entre ellas, incluso prendían la luz, pedían disculpas por despertarme y ya era difícil retomar el sueño. Una compañera tocía, sorbía mocos muy fuerte y para cambiar de posición y supongo, acomodarse para dormir mejor en la cama, se movía como si se fuera a desbaratar la litera completica, esta se tambaleaba y sonaba durísimo, aunque no lo crean, eso también me despertaba.

Disfrutar del patio era imposible, estaba lleno de sillas dañadas, habían unos sofás que fueron recolectando con el tiempo de las esquinas donde la gente los dejaba abandonados. Ese espacio permanecía lleno de colillas de cigarrillo, latas de cerveza a medio terminar. Allí, parecía pasarla muy bien los que ya se conocían, incluso, comían en ese lugar. Yo solo salí dos veces a ese sitio, sentía que no hacía parte del lugar. En cambio, si aproveché un poco la sala y el comedor, allí me tomaba un café -cuando podía prepararlo- y leía un poco, mientras llegaba la hora de dormir o antes de salir.

Las cosas fueron mejorando con el tiempo. Creo que en este tipo de espacios deben existir líderes que recuerden que las reglas se deben cumplir. Así que hubo días de limpieza general, incluso, algunas veces, cocinaban para todos, logré disfrutar uno que otro plato típico de Venezuela, gracias a la amabilidad de algunos que me convidaron. Fueron pocos días en donde tuve un rato sola en la casa y aproveché a ordenar y limpiar cocina, sala, comedor, baño social, habitación y baño de las mujeres, no se lo conté a nadie, no alardee de lo que hice, como si lo hacía una compañera, siempre que limpiaba decía lo que hacía con un aire de “yo si hago y ustedes no, agradezcan” (pensaba, puede que no sea así, pero esa era mi impresión) me parecía odioso. En cambio, había una compañera (colombiana) que siempre estaba limpiando, cada vez que la veía estaba poniendo orden a las cosas en la cocina, era muy agradable hablar con ella y verla regañar a todos porque eran sucios y desordenados, me hacía reír mucho.

Y el amor…

Una vez le dije a un amigo que vivía con otra amiga en común, que ella era su pareja, pero él me respondía muy serio que no eran pareja, que ella era su roomie. Yo no podía creer que viviendo en una misma casa, no existiera la posibilidad de tener un romance, incluso, que una relación se formalizara, y lo reafirmé en este lugar. La primera vez que viví como roomie, (fue hace un año) vi cómo nació el amor entre dos compañeros y ahora viven juntos, ya llevan más de un año conviviendo en su espacio, los dos son de República Dominicana, y pensé que sus raíces los había unido. Y en esta oportunidad, vi nacer la relación de una colombiana con un mexicano, van despacio, pero se acompañan en esta aventura de estar en un país desconocido, y el amor nació en esa casa, como roomies. Entonces, mi teoría se ha confirmado, en estos espacios puede nacer una relación. Y es que la convivencia permite conocer lo íntimo de la persona, se ven naturales, (la familia sin duda es la que tiene el honor de saber cómo te ves en la mañana o cuando vas a dormir) aprenden a conocer tus hábitos o mañas, incluso, conocen a tu familia por medio de video llamadas y conversaciones que te obligan a escuchar. Vas conociendo sus logros y conoces lugares que ellos te comentan que existen para ir a visitarlos y luego conversar sobre lo vivido. Aprendes de música, comida y te dan ganas de conocer sus países, sus ciudades y pueblos, sus orígenes. Te cuentan parte de su vida y extrañas con ellos tu país. Así fácilmente puede nacer una relación, no solo de pareja, sino de amistad, como me ocurrió a mi.

Hoy solo tengo agradecimiento por todo lo que aprendí de las personas con las que pasé mi tiempo como roomie, lo volvería hacer sin duda, no saben las historias que tengo por contar gracias a mis roomies.

(Un pequeño homenaje a mis compañeras roomies: Fabiana, Wendy, Viviana, Elvira, Ann-gy, Belén, Jessica y compañeros rommies: Joel, Edgardo, Don José, Miguel, Oscar, Darwin, Dueel y Willy. Gracias por hacer de mi estadía un lugar seguro, por sus deliciosas comidas, por las risas y por enseñarme que todo se puede cumplir, con trabajo, fe y confianza)

En la foto se ve a Wendy, Joel, Elizabeth, Edgardo, Viviana, Don José y Ann-gy

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