¡Qué delicia de comida! Pocas veces me ha salido esta frase

y ahora entiendo que no es porque la comida que haya probado tres o cuatro
veces al día, no me haya gustado, sino porque nunca me detengo cuando estoy frente a ella y la siento en mi boca. Las horas se pasan tan
rápido, en un momento abres los ojos y sabes que debes iniciar el día y al
momento ya estas apagando las luces y asegurándote que la puerta principal de la casa está bien cerrada para entrar al cuarto y dormir hasta el otro día. No tienes tiempo de saborear
y mucho menos de pensar si quedó bien o simplemente detectas lo básico, tiene
sal o no. Puedes dedicarle unos minutos a pensar en qué se va a preparar, pero
al momento de sentarte a comer, tienes otras cosas en la cabeza que no dejan
estar consciente de ese instante: eres tú con la comida, nada más.  Alguna vez me preguntaron qué tal cocinaba y
mi respuesta es sincera, previamente analizada: “mi comida es comible, nada
fuera de lo común”. Algunas veces queda delicioso y se nota en expresiones
sutiles de los comensales, abren los ojos, hacen un sonido, algo parecido a:
mmmmm, y luego llega la expresión: “¡qué delicia de comida!”.

Las abuelas y las mamás dicen que la comida es la manera de
decirle a su familia que los aman, y esa frase a mí me pesó siempre, porque soy
realista, yo no nací con ese don. Afortunadas las que cualquier cosa que ponen
en la olla, al servirlas les sabe delicioso. Esa sensación que impulsa a repetir,
aunque sea un poquito más, es frecuente en las casas donde la comida se
disfruta. Otra frase muy frecuente de ellas era: “al hombre se conquista por la
comida”, menos mal que nunca creí en esa frase, porque seguramente estaría sola
en este momento. La idea de la preparación y mezcla de sabores, la historia se
la atribuyó a la mujer. Ella era la encargada de ubicar los objetos y los
alimentos de manera que pudiera moverse como pez en el agua, sin interrumpir el
ritmo que llevaba, una danza que nadie comprendía ni se atrevía a interrumpir, porque al menor intento de ayuda, lo sacaban espantado de ese espacio armónico y misterioso: su cocina. Tiene el tiempo y la medida exacta para cada cocción, sin
una receta previa, ella, inventa la receta. En medio de su desorden, tienen un
orden. Son unas magas en ese escenario que desde siempre ha sido señalado para la mujer. Afortunadamente la historia cambió y esa
transformación le permitió al hombre también dejar su creatividad y su esencia
en ese mágico lugar.

“No importa cuan deliciosa sea tu comida, cuan bien se vea, ni cuan creativa sea, nunca le ganarás a una convicción”, es una de las frases que me llamó la atención
en la película Hambre, de Netflix y fue el motivo de escribir este texto. Hace algunos años leí Hambre de Martín Caparrós (leerreseña) y me impactaron muchas cosas, entre ellas, que algunas personas del
mundo viven para tener algo qué comer. Buscan un trabajo diario, para poder
comprar harina y preparar un pan para toda su familia, intentar comprar un poco
de leche para darle a sus hijos, uno de los sueños de una mujer entrevistada,
era tener una vaca, así tendrían leche que su familia pudiera tomar y también
para vender y comprar otra vaca, para que cumpliera la misma función, así
nunca tendrían hambre.  Y para mí, es
frustrante saber todas esas historias y no poder hacer nada para que eso
cambie.  Entonces, cuando este
personaje piensa, con prepotencia, que los ricos deben gastar su dinero en la
comida que él prepara, aunque no sea buena, solo por la experiencia de comer lo
que prepara un chef reconocido, posicionado, digo que tiene la razón, y no
porque yo sea millonaria, ni esté dispuesta a pagar exclusividad de un chef
para reuniones (que nunca hago) sino, porque sí reconozco que he pagado
cuentas altísimas en restaurantes solo por la experiencia de haber entrado en
un lugar reconocido, por tomar fotografías. Muchas veces he salido decepcionada y arrepentida, no por
la experiencia, sino por la comida, finalmente esa es la razón principal por la
que quiero entrar al lugar.

Hace un tiempo vi el video de unos jóvenes que
hacen diferentes retos, entre ellos, fueron al restaurante de un chef que los
medios hicieron “popular”. Los jóvenes, contaban que no les había gustado la
comida y realizaron una serie de criticas que me parecieron honestas y
transparentes. Supe, que el chef se enteró de los comentarios y dijo, algo así
como que, la comida que él preparaba no era para ese estilo de comensales, o
algo así entendí y pienso que no se trata de quién puede pagar por la comida, si no más bien, quienes disfrutan de esas mezclas que usan en un plato. No a todos nos gustan los mismos productos, y no tiene por qué ser así, algunas combinaciones suelen ser rechazadas
por muchos paladares y así como algunas personas les puede gustar, otras, en
cambio, están en su derecho de rechazarlas.

Lo interesante de la película Hambre, es la importancia que
le dan a la mezcla de los sabores en un plato y su presentación, pero más que
eso, es comer poniendo todos los sentidos, sobre todo, despertando el sentido
del gusto, poco usado, y entender si cada textura, mezcla de
sabores, incluso si el color es agradable para mí, si disfruto con cada bocado
que llega a mi lengua, paladar y garganta. Lo importante, creo yo, es que la
persona que esta frente al plato, sea consciente de ese momento en que se va a
encontrar con la comida, casi como un ritual, detenerse a mirarlo y disfrutar
uno a uno de los elementos que lo conforman y finalmente, agradecer y si se
puede, exclamar: ¡Qué delicia de comida!

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