Desde muy pequeña he viajado por carretera. Una costumbre que llegó a mi familia gracias al carro.
Claro que también lo he hecho en bus, pero han sido muy pocas veces. Recuerdo por ejemplo el viaje en bus con las compañeras del colegio para ir a los retiros espirituales, o cuando debía recorrer algunas zonas apartadas de Cundinamarca para escribir mis cuentos en el proyecto de investigación. O la vez que fuimos en bus de Cartagena a Barranquilla con mis papás para conocer el zoológico.
Para mi la sensación de viajar por carretera es de paz. La tranquilidad que da el movimiento del carro, la buena música que ambienta la experiencia, pero lo más importante es el paisaje. Sin embargo, no siempre fue así, en el texto Memoria, Viajes y Música, relato cómo fue esa experiencia en mi adolescencia. Allí digo, entre otras cosas que: “Al principio me pegaba a la ventana con los ojos abiertos, viendo casas sencillas cerca de la carretera y mucho verde, de vez en cuando veíamos animales y hacíamos bromas con mis hermanas. Escuchábamos la música que mis papás escogían y nunca me incomodó (…) Después, mis paseos me arrullaban y me llevaban siempre a un profundo sueño, hasta cuando mi papá decidía parar en algún lugar. Ellos me reclamaban que me estaba perdiendo de un bello paisaje por estar durmiendo. Yo no entendía cuál era el problema, en la adolescencia uno no entiende nada”. Supongo que la edad, hace que valore más los detalles, en este caso, no quiero perderme de nada.
Lo más común que se encuentra en las carreteras de Colombia, son los pequeños puestos de venta de frutas o los grandes puestos de dulces típicos que se llevan como recuerdo del viaje a las personas que más queremos, arequipe, rosquitas, panelitas, cotudos, achiras, almojábanas, arepas, entre otros productos comunes ubicados al filo de la carretera. También encontramos los restaurantes de paso, lugares donde paran los conductores de camión, flotas y carros, esos que están abiertos las 24 horas, listos para atender su clientela con mucho cariño y con bastante comida. Algunos se han vuelto tan comunes, que cuando se van acercando, hacen un trancón de carros, incómodo para los que quieren continuar su camino.
Las casas al borde de la carretera, hacen parte del paisaje. Pocas veces se ven personas fuera de ellas, pero sí encontramos elementos característicos, como por ejemplo los colores llamativos, un perro acostado vigilante aunque se vea adormilado, flores y árboles decorando su entorno.
Algunas tienen ropa colgando en cuerdas improvisadas a un lado de la casa o un carro viejo sin conducir hace varios años, oxidado por estar a la intemperie. A veces se encuentran vacas, caballos o burros. Rodeada de vegetación y apartadas de las otras casas, apartadas de todo y de todos.
Muchas de las carreteras en Colombia no están en buen estado, se encuentran carreteras destapadas o con huecos enormes, o con esos avisos eternos, ya descoloridos, que dicen: “Vía en observación” y sabemos que se debe reducir la velocidad porque es un tramo con desniveles. También hemos vivido la experiencia de saber que las montañas se están cayendo poco a poco y los derrumbes que tapan por días las carreteras. También, la cantidad exagerada de peajes, según la página web peajes de Colombia, el país cuenta con 138 peajes, esto, por supuesto, no permite que este plan sea frecuente para las familias. Visitar un familiar que vive en un pueblo o en otra ciudad, es muchas veces, imposible y se prefiere recurrir a la video llamada o al saludo con una llamada por teléfono.
Es una lástima que esto suceda, porque el recorrido se convierte en una experiencia placentera, ver el amanecer o el atardecer, los colores que regala el día o la poca iluminación, romántica que regala la noche, la lluvia, las montañas, los ríos, las cascadas, el mar, las flores y ese olor a tierra mojada, el viento que te hace sentir vivo, el canto constante de las aves, las grandes piedras y túneles o puentes construidos para mejorar la movilidad.
Viajar por carretera no es solo un medio para llegar a un destino, es un recorrido que hace que se reconozca escenarios en donde viven otros colombianos, que hacen parte del paisaje y que muchas veces ignoramos, esas personas que se ganan la vida con lo que venden al borde de la carretera, los que tienen una casa humilde que los cubre del clima, que ven pasar todos los días buses, carros, camiones, motos, ignorando su existencia.